“La ciudad se constituye cuando la gente experimenta la sensación de habitarla.”
Es esta la ciudad que me gusta. No la de las luces de neón ni la de los teatros de revistas. Tampoco la de los transportes atiborrados de gente, las avenidas llenas de autos y bocinazos, las veredas llenas de transeúntes, las alturas llenas de gigantografías... Las miradas llenas de nada.
Me gusta la calle que se hace transitar, la que no es sólo una vía de acceso. La calle en la que uno puede pensarse como parte de ella. Me gustan esas veredas que el simple hecho de caminarlas deja de ser algo meramente circunstancial, deja de ser la parte insulsa del recorrido, y comienza a ser el paseo mismo.
Me gusta la ciudad con energía, no con electricidad.
En ese momento, la ciudad era nuestra, nos invitaba a que la recorriésemos y tapásemos todas sus arterias. Nos pedía que la abrazáramos de todas partes. Disfrutaba de los masajes que le ofrecíamos con nuestros miles de pies por sobre sus calles. Capaz cansada ya de escuchar solo quejas, ruidos, bocinas y puteadas, ella se alegraba con nuestras canciones. Se estremecía con cada aplauso y se nutría con nuestra vida. No era la primera vez que muchas bicicletas recorrían sus calles, pero estas bicicletas, todas estas bicicletas, le hacían unas cosquillas divertidas.
Y aunque muchos de quienes nos miraban sentían que no estábamos en su ciudad, nosotros sabíamos que eran ellos quienes no compartían nuestro espacio. La ciudad es de quien la tome para sí. Y en ese momento la ciudad era nuestra, porque así queríamos que fuese, y así quería ella que fuese también. No sé cómo, pero nos dimos cuenta de que la ciudad antes de que la manden a dormir sin haberle compartido ninguna emoción prefiere que la mantengan así despierta.
La ciudad pide a gritos que la ayuden a mantenerse viva. Y nosotros, aunque sea por ese ratito, le dimos el gusto.
1 comentario:
Me encantó. Faltaba un escrito sobre la otra baires. La radiante.
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