viernes, 25 de marzo de 2011

Porque Mati.

-Hola, ma... acá ando, ¿vos?


Los ojos almendrados -casi cerrados- de Sofía miraban el techo. La puerta del dormitorio estaba abierta y los murmullos de la tele, allá en el comedor, llegaban apenas apagados. Quien la viera, tan tirada en la cama ella, diría que oh, eso es estar aburrido.

Tan inmóvil.


-Sí, en la cama, re aburrida. No veo la hora de arrancar la facu, mirá lo que te digo. ¿Y los chicos?


Sofía estaba terminando la licenciatura en Letras. Le faltaban tres materias. En una, ya la habían bochado dos veces. Sabía lo que le costaba avanzar y ni siquiera estar a las puertas del huevazo y harinazo limpio, después de tantos años y tantas amarguras y tantas pestañas quemadas, la entusiasmaban demasiado a esta altura. No extrañaba Puan. Estaba podrida. Pero ni pensaba en eso. Ahora, a decir verdad, no pensaba en nada.

Tan fría.


-Bueno, dale. Mandales saludos. ¿papá está o todavía no llegó? ...ah, bueno, dale...


Sin embargo, la facu era la menor de sus preocupaciones. No estaba pasando un buen momento con Matías y sus constantes peleas la hacían llevarse mal con todo el mundo. A su papá no le hablaba desde el martes. El orgullo siempre le impidió dar el brazo el torcer, tuviera razón o no. Con su novio, también. Ay, Mati... si supieras el moco que te mandaste con esta mina...

Tan rígida.


-Yo... nada. Ahora voy a ver qué me hago. Igual comí tarde y no tengo mucho hambre. Sí, ma... sí, estoy comiendo. Sí, ma, sí. Basta.


En el freezer quedaron dos hamburguesas del mediodía. Pan todavía quedaba, pero la bolsa no estaba bien cerrada y ya se estaba endureciendo. Sin embargo, Sofía no iba a cenar esa noche.

Porque Mati.


-...sí, hoy fue un día re pesado en la oficina. Cada vez entra más laburo y yo, sola, ya no puedo. No doy más.


Comió en casa al mediodía porque no fue a trabajar. De hecho, no iba a volver allí.

Ni se molestó en renunciar.


-¿Qué? Te escucho entrecortado... a ver, esperá, es que en mi cuarto se me va la señal... hola, ahora sí. No, es mi celu... sí sí, ahora sí...


Siempre fue medio abúlica. No era tanto que todo le costara como que su potencial fuera un peso demasiado grande, un diamante en bruto demasiado pesado. Los últimos años de su vida los sintió impulsados por señales. Siempre pedía una para actuar. Falta de autoconfianza. Todo, en manos de una puta señal. Ahora la tele chillaba. Pero nada más. No era una señal de nada. Señal, señal, señal. Como alzar el teléfono por sobre tu cabeza para ver si por fin la tenés y te podés comunicar. Hoy a Sofía le tocaron timbre. No contestó. Era la única forma de ubicarla: nunca tuvo señal porque, hablando ya literalmente, nunca tuvo celular.


-Acá hace un frío de cagarse. No, tengo las hornallas prendidas todo el día. Como el depto es chiquito, zafo con eso, ja. Ay, qué boluda, acabo de ver que dejé la ventana abierta.


Las ventanas estaban cerradas. Las persianas, bajas. La puerta que daba al palier, bloqueada con el sofá. Las cuatro hornallas y el horno, abiertos. El gas, por toda la casa. Ella, en su cama. Sus ojos almendrados -casi cerrados- miraban el techo. Tan inmóvil. Tan fría. Tan rígida.

Porque Mati.


-Sí, ahora me voy a lo de Sofi. Sí, se peleó otra vez con el novio y está hecha un trapo de piso. La verdad que me está asustando la flaca, ayer se fue llorando y hoy cuando salí de laburar le toqué timbre y no me contestó. Sí, dale, después te cuento. Decile a papá que me llame cuando llegue. Besos.