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viernes, 10 de abril de 2009

Hasta acá


-Ya basta. No quiero acercarme al fin. Si va a llegar de todas formas, no voy a ir yo a buscarlo-. Apagó la lumbre que sostenía prendida entre los labios. Un aura grisácea y espesa salió por última vez de su garganta. Sus pulmones agradecidos , empezaron luego de 37 años a trabajar contentos.

martes, 10 de marzo de 2009

Secándose al sol 2da parte

Asique tomó algunos mates más. Ya cansados los dos, Ernesto y el mate.

Miró el almanaque quien le indicaba que debía ya ir al banco a cobrar la pensión correspondiente por su viudez.

Era imposible, no podía evitar durante las 17 cuadras que lo separaban del banco recordar esa fuertísima y devastadora escena que le marcó el antes y el después más triste que podría haberse imaginado nunca.

Esas cuadras que Ernesto caminaba hacia el banco eran las mismas últimas cuadras que recorrieron su esposa y su hijita de 10 años.

Estaban yendo al centro para tomar el tren y encontrarse con él. Iban a festejar el cumpleaños número diez de Milagros, y a celebrar el ya casi confirmado ascenso que le iban a dar a Ernesto en la fábrica. Se lo merecía, realmente se lo merecía, tanto él como sus patrones lo sabían. Él no se animaba a pedirlo, y ellos no estaban interesados en reconocerle ningún mérito. Pero al final, después de tanto tiempo le prometieron que en dos meses, cuando pase el período de baja producción, él iba a ser encargado de planta, por lo que le iban a a reducir el horario de trabajo, y le iban a aumentar el sueldo.

Ernesto no cabía en sí de la emoción. Quería compartirlo cuanto antes con sus dos amores. Pidió el teléfono prestado en la fábrica, y la llamó a la Negra. No quería contárselo por teléfono, quería llevarlas a comer al mejor restaurant del barrio y contarles que por fin, tantos años de esfuerzo, estaban dando sus frutos. Se imaginaba la emoción de la Negra, con sus ojazos de gato pardo, oscuros y húmedos de lágrimas, y la Mili, blanquita como el papá y los ojos pardos y profundos como los de la mamá... una reinita con las manitos siempre llenas de pinturitas... un ángel con alpargatas.

Y así, pidió el teléfono, llamo a su casa y les pidió de encontrarse, que lo pasen a buscar por el trabajo. Esa desdichada propuesta de que lo pasen a buscar, de querer que todos sus compañeros de trabajos vean que hermosas mujeres tiene al lado.

¿Pero que sabía él? Que en realidad el encuentro era con el destino infame que hizo que se cruzara en el camino de sus dos ángeles un desgraciado con demasiada carga de alcohol en sangre, frenos en mal estado, un registro vencido y muy poco respeto por la vida ajena.

martes, 17 de febrero de 2009

Declaración


No sé bien cómo empezar. Esta es una declaración de amor y estoy escribiendo porque los sentimientos brotan y no los puedo controlar, así que disculpen si soy muy verborrágico o armo frases inconexas, pero es que así lo siento, y siento todo de golpe.
Quiero que sepan que las amo. A las dos. Soy muy feliz con ustedes, ustedes me hacen muy feliz. Iría a todos lados con ustedes, sé que podríamos. Seríamos felices los tres, e incluso me gustaría compartir el resto de mi vida con ustedes. Quizá yo me vuelva viejo y más adelante piense diferente, pero no le temo a eso. Porque ustedes no son como las demás, que lastiman, o te abandonan, o te ahogan. Las he conocido, sí que sí, y por eso creo que puedo decir que no hay nada como ustedes. Porque no son como esas que te maltratan, que te dejan pagando a mitad del camino, y entonces te tenés que volver con la cabeza gacha, derrotado. Y es volver a empezar, conocer a otras para que después te terminen haciendo lo mismo. Tal vez piensen que soy un tonto, un adolescente enamorado, y que en unos años cambie mi parecer y las deje sin más, pero quiero que sepan que yo a ustedes las amo. Pero se los digo desde el fondo de mi corazón, con sentido. No lo digo por decir y nada más. Y las amo por igual a las dos. Porque las dos estuvieron cuando las necesité, se bancaron todo tipo de atrocidades y aún así al lado mío, firmes. Pasamos lindos momentos también, fuimos a los lugares más lindos y tranquilos, como a los más lúgubres y agitados. Conocimos a mucha gente, de lo más variado, siempre los tres juntos. A esta altura creo que puedo asegurar que somos inseparables, y me encanta. Me encanta la relación que tenemos, y espero que podamos conservarla por muchos años más.
A mis zapatillas de lona blancas, las amo.

viernes, 6 de febrero de 2009

Paula



Paula se desconcentró por un momento de su lectura y se puso a pensar en el nombre “Alina”. Sonaba delicado, original y especial al mismo tiempo. Levantó la vista, y comenzó a imaginarlo. Le puso un cuerpo: una gata. Un color: blanco. Alina sería blanca como la nieve, con ojos... azules. Azules profundo. Tenía sin dudas un aura particular. Como de paz, de tranquilidad, pero al mismo tiempo, de completo dominio y control sobre todos sus actos. Compinche del viento, Alina irradiaba libertad. Por momentos creía sentir la suavidad de su pelaje en la palma de su mano, y hasta estaba segura de oír el ronroneo que produciría cuando la gatita se sintiera a gusto en sus brazos. Perdida entre el paisaje que alcanzaba a ver por la ventana, de repente la vio. Deslizándose por las cornisas, con esos ojos azules desafiantes, y sus movimientos lentos y perfectos, suaves y sedosos, y al mismo tiempo, majestuosos. Cual si una brisa hubiera empujado su cabeza hacia un lado, se volteó y sus ojos se encontraron, uniéndose por unos instantes y dejando todo lo demás en un segundo plano, hasta que, derrotada en tan íntimo duelo, Paula se viera despojada de su panóptico, vuelta a esta realidad por la fuerza para seguir con su tarea del colegio. Hasta creyó oírla acercarse, creyó oír esos pasos amortiguados con los que flotaba por el piso de parquet encerado de la casa. Hasta que tímidamente, reveló su cabeza por la puerta, y lentamente se dejó ver de cuerpo entero.
- Alina, mi amor, ¿tenés hambre? Esperá que termino el capítulo y te doy algo de comer.

miércoles, 28 de enero de 2009

Alabada


Ella es la reina. Soberana de todas las sensaciones, nos domina y dirige tanto en vigilia como en los sueños. Comanda los recuerdos, encendiéndolos y sofocándolos a su antojo. Nos coloca en estado de paz o nos eleva al extasis más preciado con la misma frialdad. Habla sin palabras, pronuncia silencios profundos y puede regalar instantes que se prolongan por toda la vida. Pero también es vanidosa, y capaz de crear recelos sin el más mínimo esfuerzo.
Y nosotros, presos de su encanto, jugamos su juego con un placer casi perverso. Nos producimos para ella, posamos, vendemos ilusiones, espejos de colores con los que pretendemos maquillar el viento. Hay quienes se alejan, quienes le huyen, pero hay quienes, adictos a su lujuria, le entregan su vida a cambio de la juventud eterna.
Ella es la mirada, dueña y señora.

viernes, 2 de enero de 2009

Felicidad y redención en el piso 14

La desesperación lo invadía, cómo hacía años. Necesitaba terminar con esto lo más rápido posible.
Entró al monumental edificio. Treinta y cuatro descansos lo separaban de su objetivo final. Subió corriendo hasta el piso diecisiete. Llegó al balcón. Se asomó y vio la ciudad atestada de gente, rostros indiferentes, ajenos, mediocres. Asqueado se dejó caer.
Reconoció el viento dentro de sus pulmones. A la altura del piso catorce, encontró entre la gente que ya se había parado para verlo caer, una sonrisa nerviosa y bella que le perseguía la mirada, tratando con ese simple movimiento de labios de evitar el impacto ya inevitable.
Y él sintió cómo, por medio de ese gesto, la vida le sonreía seguramente por primera y última vez.

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Esperanza

Muerte a la vida.[1]







[1] Muerte a la vida gris, hipócrita, llena de nombres y vacía de personas; llena de fanáticos y no por la vida; llena de palabras, vacía de sentido; llena de acciones, vacía de criterio. Llena de rutinas, vacía de emociones genuinas. Muerte a esa vida que la aguanta en el corner, esa vida que hace tiempo, hace tiempo para morirse. Esa vida sin peso, esa que vino, pasó, se fue y ni nos dimos cuenta. Que muera la vida que pisotea otras vidas, la que se cree más que las otras que son exactamente iguales a ella. Esa que grita para imponer sus ideas, que en definitiva es la impotencia de no saber hacerse entender hablando. A esa vida asquerosa que trata mal a todo el mundo pero que después anda exigiendo que le hagan los pies y le preparen la comida a tiempo. Que muera la vida que se muere al mejor postor y es capaz de rebajarse hasta lo más mínimo, y que por las noches duerme con la conciencia sucia. Esa vida que te regala su mejor sonrisa de frente, pero en cuanto te das vuelta te clava un puñal ante la menor señal. Muerte a dar vueltas sin sentido. Muerte a los envases, a los frascos, a las hombreras. Muerte a terminar presos de un invento propio de los mismos hombres: el tiempo. Muerte a todo eso. Que viva la vida.

martes, 30 de diciembre de 2008

Secándose al sol




Secándose al sol

El primer mate arrancó fuerte, como siempre. Ernesto al igual que todos los días, agarró los clasificados. Cada vez menos páginas, las letras cada vez más pequeñas y los ojos cada vez más cansados de madrugar para salir a buscar el diario. Los avisos marcados eran cada vez menos. Los largos y numerosos inviernos que había pasado trabajando en el galpón poco le importaban ya al mercado en que buscaba reinsertarse. Si ahora con solo veinticinco primaveras cualquiera está apto para ocupar el puesto de trabajo que Ernesto había conseguido con el esfuerzo de largos años.
La empresa en la que trabajaba se había declarado en quiebra hacía ya dos años. Y pese al afán de sus trabajadores de recuperar la fábrica y formar una cooperativa, de un día para otro el galpón apareció vacío. Se habían vendido las máquinas. Todas las máquinas. Nada pudieron hacer. De la indemnización que le correspondía había recibido menos del quince por ciento. Y aunque su abogado decía que los juicios laborales siempre se ganan, Ernesto ya había perdido todas las esperanzas
Sobrevivía con la mísera pensión que le había dejado la muerte de su esposa. Y aunque era el único ingreso que tenía, cada vez que lo iba a cobrar al banco pensaba en ella
- Ay, negrita... no sabés como hubiese preferido tenerte conmigo y morirnos de hambre juntos, antes que subsistir con esta guita roñosa estando solo…

Esa mañana, al igual que todas las anteriores, encontró pocas ofertas de trabajo. Y aunque en todas su edad superaba ampliamente la requerida por los anunciantes decidió ir a probar suerte.
Puso a calentar un poco más de agua, para seguir con el mate un rato más.
El mate amargo que lo acompañaba fiel e incondicionalmente todas las mañanas, al igual que sus esperanzas, empezó a cansarse, y se lavó. Ernesto no hizo nada para arreglarlo. Sacó la pava del fuego y siguió tomando.
Eran tiempos difíciles. No podía darse el lujo de renovar la yerba.