viernes, 26 de noviembre de 2010

Autitos.

Es porque no se cómo rebelarte, que ya no sé cómo tratar de devolverte una alegría que creería mía y absoluta si es que tuviera un ápice de seguridad del lugar en donde dejaste esa marca para mí, y donde pudiera arrodillarme y ensuciarme los codos para recogerla y pasármela por los dedos, por el pecho y la panza y la cara y abrazarla infantilmente como si fueras vos quien se quedó un rato más; como si fueras vos quien se arrodilló para mostrarme los encantos de un vacío sinuoso y expresivo y otras virtudes que ya redundan, en mi léxico permisivo e incensurado, una incógnita furibunda y resignada. Que se cae sola al encontrar, en los mismos argumentos oxigenados, los mismos acentos y las mismas sombras en las que creyó descubrir un recoveco para comenzar a lastimarme como un espinoso caballito de Troya, que me duraría de pies a cabeza y me hundiría, al medio del estómago, la inseguridad de que mi inseguridad es factor de la manipulación mala y venenosa de polos atrayentes y dañiños. Tan filosa y dulcemente dañinos.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Resbalar.

Hay un ranchito donde todos los sentidos estrellados han sido encantados, endulzados, lamidos y versados de tal modo que no levanta voces por el tacto inevitable con tus dedos y la palma de tus manos. Las gotas de lluvia nos guiñan un brillo cálido y dejan que percibamos tactos desde otras latitudes. Es entonces cuando deseamos que la relación se dé a florecer a la vista, al olfato y al tacto, al gusto; pero nos encontramos con otras ambiciones. Estábamos en otra calle y vivíamos otras viciscitudes; sentíamos de otra manera la perspectiva de vernos en un futuro sosteniendo un vaso de cerveza con dispersión meditabunda y buscando una sombra para guarecer el silencio. Pero eso siempre fue así, me han susurrado de forma cordial; me han querido abrir los ojos pero cuando yo huelo una fragancia de mi agrado los cierro y es así como quiero verte, con los ojos cerrados, el rostro iluminado y los labios en flor, a cara lavada y risueña. No hay momento ni contexto que pueda ahuecarse un poco para contener, como con manos vacías, este chorro de pintura que me marca los brazos tan indeleblemente y que quiere decir, nada más, que siempre voy a reconocer tu cara; siempre voy a tener un planteo cuando las nubes tiendan a plomizo y no queden ganas de otra cosa que de poder contarla mientras el barro nos baña, nos da escalofríos y nos despierta, pero nos hunde en la fuga indefinida y oscilante entre el no animarse a la respuesta segura y el no tener fuerzas para afrontar un futuro irremontable.