miércoles, 31 de diciembre de 2008

Esperanza

Muerte a la vida.[1]







[1] Muerte a la vida gris, hipócrita, llena de nombres y vacía de personas; llena de fanáticos y no por la vida; llena de palabras, vacía de sentido; llena de acciones, vacía de criterio. Llena de rutinas, vacía de emociones genuinas. Muerte a esa vida que la aguanta en el corner, esa vida que hace tiempo, hace tiempo para morirse. Esa vida sin peso, esa que vino, pasó, se fue y ni nos dimos cuenta. Que muera la vida que pisotea otras vidas, la que se cree más que las otras que son exactamente iguales a ella. Esa que grita para imponer sus ideas, que en definitiva es la impotencia de no saber hacerse entender hablando. A esa vida asquerosa que trata mal a todo el mundo pero que después anda exigiendo que le hagan los pies y le preparen la comida a tiempo. Que muera la vida que se muere al mejor postor y es capaz de rebajarse hasta lo más mínimo, y que por las noches duerme con la conciencia sucia. Esa vida que te regala su mejor sonrisa de frente, pero en cuanto te das vuelta te clava un puñal ante la menor señal. Muerte a dar vueltas sin sentido. Muerte a los envases, a los frascos, a las hombreras. Muerte a terminar presos de un invento propio de los mismos hombres: el tiempo. Muerte a todo eso. Que viva la vida.

martes, 30 de diciembre de 2008

Secándose al sol




Secándose al sol

El primer mate arrancó fuerte, como siempre. Ernesto al igual que todos los días, agarró los clasificados. Cada vez menos páginas, las letras cada vez más pequeñas y los ojos cada vez más cansados de madrugar para salir a buscar el diario. Los avisos marcados eran cada vez menos. Los largos y numerosos inviernos que había pasado trabajando en el galpón poco le importaban ya al mercado en que buscaba reinsertarse. Si ahora con solo veinticinco primaveras cualquiera está apto para ocupar el puesto de trabajo que Ernesto había conseguido con el esfuerzo de largos años.
La empresa en la que trabajaba se había declarado en quiebra hacía ya dos años. Y pese al afán de sus trabajadores de recuperar la fábrica y formar una cooperativa, de un día para otro el galpón apareció vacío. Se habían vendido las máquinas. Todas las máquinas. Nada pudieron hacer. De la indemnización que le correspondía había recibido menos del quince por ciento. Y aunque su abogado decía que los juicios laborales siempre se ganan, Ernesto ya había perdido todas las esperanzas
Sobrevivía con la mísera pensión que le había dejado la muerte de su esposa. Y aunque era el único ingreso que tenía, cada vez que lo iba a cobrar al banco pensaba en ella
- Ay, negrita... no sabés como hubiese preferido tenerte conmigo y morirnos de hambre juntos, antes que subsistir con esta guita roñosa estando solo…

Esa mañana, al igual que todas las anteriores, encontró pocas ofertas de trabajo. Y aunque en todas su edad superaba ampliamente la requerida por los anunciantes decidió ir a probar suerte.
Puso a calentar un poco más de agua, para seguir con el mate un rato más.
El mate amargo que lo acompañaba fiel e incondicionalmente todas las mañanas, al igual que sus esperanzas, empezó a cansarse, y se lavó. Ernesto no hizo nada para arreglarlo. Sacó la pava del fuego y siguió tomando.
Eran tiempos difíciles. No podía darse el lujo de renovar la yerba.