miércoles, 5 de enero de 2011

Raptos.

Había algo que no recordaba qué era, pero que se desplegaba como un mapa evidente, como una hoja enorme, enorme para mis manos; un esquema difícil de manejar, un jeroglífico tan conocido como descontrolado. Tenía pensado decir que hay que estar en situación para poder asimilarla y acostumbrarnos y, por ahí, hasta aceptarla. Últimamente siento que ese es un parangón que se me interpone en cada vez más órdenes de la vida. No puedo elegir ahora, tengo tanto que expiar poniéndolo en evidencia con palabras... que sé que el germen no se diluyó, sino que sigue floreciendo pero, ahora, en penumbras. Hay algo que quería sacar al sol, pero cuando la coyuntura es tan vasta y el árbol a cuya sombra intentamos dormitar aunque sea un poquito es tan complejo, tan ramificado, me encuentro con mucho sopor cortante. Pero mucho. Últimamente no puedo elegir, tengo tantas flores, de colores tan vívidos, tan punzantes, que quieren darse a la luz; a la luz que admiro desde bajo de un techo, a la luz a la que se atreven todos mis temores, a la luz a la que yo veo jugar a todos mis temores, que cuando me puedo quedar con uno, el laberinto del cual constituye una curva sinuosa pero intrascendente me termina por perder y dejarme en el mismo lugar: el de decir lo mismo, el que no termina de dejar convencerme de que todo lo que dije, de algún modo, fue interpretado en muchas de sus opacas dimensiones. Como si tuviera que repetir lo mismo una y otra vez en una infructuosa búsqueda de otra respuesta o, aunque sea, de una respuesta. Sé que mi laberinto me pierde, me da pánico últimamente que mi laberinto pierda, también, a aquellos que me escuchan desde la luz, que me miran con ojos quizás compasivos, por ahí intolerantes a mi nula capacidad de respuesta concisa, a la debilidad de mi piel a la luz. Algo que, sin embargo, no me canso de repetir; por ahí en un gesto de bandera blanca, de pedido de soga. Me da miedo que quien tengo enfrente me crea cómodo en mi sombra, en mi no lugar, en mi apreciación resignada.
En fin, tenía un temor que recorrer para expiar de una vez. Un miedo que, como dije antes, quizá no pise firme, pero que se está aprovechando sin miramientos de mi quietud, de mi puesta en situación que sospecho que recién ahora se alza como lo único que estoy dispuesto a admitir sin retórica alguna. Lo único que sé es que no estoy dispuesto a salir de la sombra tomado de una mano. Mis piernas son fuertes, están acostumbradas a caminar. Tengo que dar un par de pasos, nomás. Si la luz es clara o mortecina, supongo, será lo de menos. Pero tratar de adivinar su carácter desde la penumbra, oh, me hace tanto mal...