lunes, 31 de mayo de 2010

¡Sonrisa de paria!

Andrecito camina a gusto por Cabildo. Hace frío, pero su sweater gris con rayas verticales azules y esa bufanda hippona que le enrolla el cuello como yarará fumona no solo lo resguardan de la crudeza tibia y ciclotímica de un invierno porteño cualquiera, sino que parecen sentarle bien. Así se siente el muchachete; por una vez dominado por la soberbia que sabe de cartón pintado de colores, jodona, como si su ego se hubiera trepado a la punta del Obelisco de pan dulce de Minujín y, desde ahí arriba, los mirara a todos y se riera con ellos de su propia visión y de que, de un momento a otro, caería con boludona apatía al asfalto que ya es tan de sus pies; de sus All Star rojas caminando entre pedazos del pan dulce que él mismo terminó desperdigando por el piso, por el propio peso de su mentira blanca. Y sí: Andrecito es la mentira blanca de Cabildo y Monroe: se siente fichado por farolazos verde imposible; besado por labios finos, brillantes y perdidos en la bruma onírica que brota de esa distancia y ese anonimato; ve jopos almidonados con shampoo elegido obsesivamente y para él, proyecta corazones acelerados, como queriendo hacerse notar en el relieve de conjuntos enterizos simil pantalla de lámpara de pie tan Belgrano que él dice: "Te lo cambiaría por un kimono, pero estás buena igual; guiño guiño. Lo sé, lo sé. Palabras que no saldrán de mi boca porque ya dan vueltas por tu cabeza y se pierden en tu jopo. Y porque no me animo ni en pedo: te-parto".
Todo eso ya pasó. Pero el péndex, esa tarde, las hubiera sobrado a todas a fuerza de barrio, de calles sucias de mugre y de migas de pan dulce; callejones de vecindario tan pateados y pateados por las All Stars rojas que, fijate vos: en el fondo, no se sentían tan a gusto sobre las passarellas cabilderas.
Andrés entró a la rockería y salió de ella con una bolsa que ya le arrebataba las razones para seguir yirando por Belgrano y, a su vez, le daba al flaco los gramos de algodón y polietileno de más para que el Obelisco de pan dulce empiece a oscilar... y ya, a esa altura (en sentido estricto, en sentido figurado) de la tarde ya recrudecida por las horas, el viento frío que le daba de lleno en la cara mientras esperaba el 59 era, realmente, el vientito de la caída a ese asfalto tan suyo, de esa caída a una realidad amortiguada por pan agridulce. Chau mentira blanca, que sigas así de bien. En serio.
Un par de esos faroles lo vio subir al colectivo, tardó menos en olvidarlo que en decirse que no era nada especial y siguió caminando.

domingo, 2 de mayo de 2010

Acordes de fondo

Una forma de comenzar: "voy a aprovechar un poco del tiempo que, irresponsablemente, libré a su suerte; vulnerable a la esterilidad progresiva y creciente: minuto a minuto." Poner la mente en blanco es imposible, es tratar de darle espacio a lo que te tiene que importar -y, sin embargo, no puede dejar de parecerte estéril- y dejar en un rincón del subconciente todo eso por lo que aprendés a contar los días, las horas y hasta los minutos; todo lo que te hace dar vueltas nerviosas frente a una puerta cerrada, lo que te hace estirar el cuello y mirar a ambos lados de la calle. Lo que te aprieta, lo que te angustia y lo que te llena de vida. Y hacés el esfuerzo por liberarte de todo eso que, paradójicamente, te da tanta libertad sin darte cuenta de que -es fatal- lo que no te importa nunca te va a llenar, lo que te mantiene vivo no te va a dejar vivir, lo que te tiene en pie no te dejará avanzar... y todo esto, sin querer darte cuenta. Hoy necesito encontrar mi eje, la recta al horizonte me pide cosas imposibles; lo que está más adelante me exige que no le dé importancia a esas horas subterráneas, a esos pasadizos andrajosos, a esos ojos tristes, a esa boca apretada como un puño, a todo lo que encierra esa frágil figura que tanta libertad me da ver; a su ausencia, que tanto me duele cuando no la espero; a todas las preguntas que quisiera hacerle, a todas las sonrisas que quisiera sacarle pára iluminar ese rostro tan melancólico, tan armónico, tan atrapante; a todo lo demás. Ahora saben de qué estoy hablando y tambien el porqué de ese pesar que provoca el saberse lleno de actividad cuando las horas que antes eran subterráneas, clandestinas, hoy están muertas y solo queda resignarse a esperar. Todo lo que tengo, este domingo y los que vengan, no me basta. Todo lo que me rodea en un día como éste solo me hace adolecer más y más de todo lo que falta y todo lo que se me resbaló de las manos y todos los colectivos que corrí y que se me fueron y todo por lo que habrá que esperar y empezar, de nuevo, a contar: los días, las horas, los minutos.
Cuando aprenda a saltar este pequeño mojón, voy a salir, el sol nos va a encandilar y vamos a mirar con más ganas al parque, que siempre está.