lunes, 15 de febrero de 2010
El Remanente (N.d.M. IV)
lunes, 8 de febrero de 2010
Baldosas (N.d.M. III)
martes, 2 de febrero de 2010
Chamuyo (N.d.M. II)
domingo, 3 de enero de 2010
Dedos (N.D.M. II.)
Edu no sabía cómo contarle a Mariano. La había conocido una semana antes, nada especial. Pero ella le había hablado, le había contado, más o menos, las razones por las que le cayó, de surprise, la noche anterior en su casa. Todo lo que le decía le repercutía más de lo que él estaba dispuesto a admitir. Tragaba saliva y se sentía bien escuchando. Escuchado. Se sentía mimado en las sienes, atrás de la piel, en el pecho, en la garganta. No le gustaba decirlo. Optó por omitirle esa parte de la historia a Mariano. Cuestión de tiempo (8:45, a las 10 a la oficina), minucias discursivas... orgullo: simplemente lo omitió. Pero lo pensó, revolviendo con la cuchara, mirando el remolino del cortado tibio lo pensó y lo formuló: encontró las palabras. Curioso: no recordó. Encontró otra forma de decir lo mismo pero, ¿puede ser -se preguntó-? Ella le dijo más o menos (muuy más o menos) lo mismo, pero lo que esa mañana se estaba armando Eduardo, eso que estaba armando para luego desarmarlo sin escribirlo ni decirlo nunca más a nadie más que a él mismo, eso, era lo que él sentía entonces. La empatía del destino. Esto es, más o menos, lo que Julián quería querer decir pero ya no podía ni quería, porque una mano suave ya se lo había sacado de la boca:
Vine hasta acá, rápido, porque sentía que el éxtasis se diluía y las palabras se me iban cayendo por la vereda... tenía miedo de llegar y ya no tener las fuerzas para abrir la boca y exhalar todo lo que ahora me llena la cabeza. Porque es algo demasiado fuerte, pero algo dueño de una fuerza centrífuga, como si fuera un pedazo de cascarón que, además de aferrarse al fondo de la botella, se coagula y opaca y logra que lo traslúcido de ayer sea, ya hoy, ilegible y que lo único visible sea solo una masa informe, inconstante, solo una bola de miedo a no saber qué decir cuando los demás no saben qué puden esperar escucharme. Y hoy estás y eso me llena de un alivio enorme. Porque sé que no estoy nadando en soledad en esta marea turbia de ideas-obstáculo que me llenan de falsos objetivos y satisfacciones vacías. Hoy estás y sé que no estoy soñando, sé que, por fin, todo lo que me rodeaba, como una escenografía barata para mantenerme a raya en la periferia de mi núcleo, hoy se derrumba con un soplido; y me da una enorme alegría saber que esa boca siempre estuvo ahí, siempre tuve el botón al alcance de mi dedo y vos sos esa prueba. Esta noche me acompañás y siento tu dedo en mi espalda y veo, por fin me decido a abrir los ojos y ver que un dedo era tan suficiente para romper ese cascarón, que no me atrevía ni a mirar, y a la vez estremecerme hasta que mis ojos dejen de sufrir un dolor oscuro y de cartón; un dolor producido no más que por la presión de mis párpados húmedos. Abrir los ojos para que se acostumbren a esta noche; a esta noche tan soleada, que tanto me aterraba ver.
Acompañame esta noche, por favor.
lunes, 28 de diciembre de 2009
Brisa (N.D.M. 0.).
00:05
Para: Mariel Gimenez (marielgimenez198@artear.com.ar)
Asunto: RE: (sin asunto)
si, s como vos decís pero a mi en este momento no me importa. yo no puedo ndormir a-ho-ra. nos vemos mañana, si es que voy, porque tengo la cabeza a mil y un tequila aca que me esta guiñando el ojo desde que llegue a casa.
beso
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00:39
Un arrollado de vísceras pegajoso. Un zumbido porfiado, casi una afrenta a profanar una turbia, oscura, silenciosa y tensa calma. No. No hay que quebrar. Mucha violencia, un cambio que da mido y fiaca. Nada. Agujeritos. Ranuritas regulares, en fila, marchando, salpicando la pared. Alguien podría, tranquilamente, ser acribillado contra esa pared. Y no pasaría nada. Porque parece que nada repercute en nada. Parece que, no importa que suceda, si se deja un kilo de carne picada en el balcón, se va a pudrir en silencio y a nadie le va a molestar el olor y ni siquiera las moscas irán a rapiñarlo con asquerosa avidez. Pero que pase. Todo con tal de dejar de ser tiroteado por esas ranuritas, por dejar de tener el presentimiento de que esos zumbidos molestos son balas que rasuran la sien y dejan a uno la sensación de que, de quedarse quieto, el próximo proyectil va a dar de lleno y ahí será tarde para moverse. Que pase. Que algo cambie. Un arrollado pudriéndose al sol, pero que sigue en el mismo estado de putrefacción; que no avanza, que nunca se llena de gusanos ni se convierte en humus ni nunca va a servir de abono para una situación posterior que nunca va a llegar. Pudriéndose al sol. Los ojos se cierran con fuerza, por eso no se ve el sol, sino una opresiva sábana negra que envuelve entero a uno y tambien le envuelve los ojos como a una docena de huevos. Calor. Hace mucho calor. Solo el calor está sucediendo. El calor y ese zumbido. Y las ranuras. Y el telón negro, como coronando una macabra emboscada, como una metáfora cínica. Putrefacta. Por ahí hay sol y uno no se da cuenta. Plena noche soleada. 00:55.
Candela sacó una pierna desnuda de la maraña de sábanas. Brisa.
Le gustó.
Sacó el rostro, como quien lo sumerge en un fuentón de agua, o como quien lo saca después de aguantar la respiración por treinta segundos. Abrió los ojos y vio que no era para tanto. Para qué emperrarse en dormir: la noche estaba soleada.
Se vistió rápido, manoteó monedas del cajón de la mesita de luz y salió.
Y el tequila quedó de garpe.
lunes, 21 de diciembre de 2009
Ni dos morlacos. I.
1:50
Tratar de deducir qué corno le pasa a la gente es una buena manera de gambetear las preguntas que uno se termina haciendo cuando no le pasa absolutamente nada. Esta chica, por ejemplo. Esta mina está re-nerviosa. Bajó oscilante y, si no fuera por la terrible frenada que pegó el bondi, diría que anda con una sbornia más o menos. Pasó por mi lado a pasito ligero y me lanzó una mirada algo así. En ese tercio de segundo que cruzamos miradas vi, en su rostro, un miedito madurado por bastante horas de remolino mental. Ahora, parada delante de un portero eléctrico: ¿Qué hace? Pareciera no decidirse a llamar...
¿Y será que no me pasa nada? ¿Estar sentado en la puerta de un zaguán de un barrio que no es el de uno, tan entrada esta noche, será de verdad un síntoma de que no pasa nada? ¿No se parece a una lucha contra cierta resignación? ¿A qué no me querré resignar?
Si decidiera dejar de fumar, sería solo porque odio tener que pararme para sacar un puto pucho del bolsillo del pantalón. Ahora la mina se da vuelta y me mira fijo. Ahora sí la estoy inquietando. No me saca los ojos de encima ni para tocar una, dos, tres veces el portero eléctrico. Mejor me las pico. No vaya a ser cosa que...
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"...el coche fúnebre sale. Distingo a alguien vestido de negro. Llevaba un sombrero enorme, negro. Como de mariachi. Negro. Solemnes pero enardecidos aplausos ganan la noche. El cortejo se despide; "¡Bravo! ¡Bravo!" arengan al coche fúnebre, que se va..."
Despertó con el angustioso alivio de saber que fue un sueño. Luego, el sobresalto lo agarró en plena rememoración onírica (alma torturada: el guaso): siempre que se daba cuenta de que no era la alarma del reloj lo que lo había despertado, se enredaba entre las sábanas buscando a tientas la mesita de luz para ver si se había quedado dormido (¡Dios nos libre!); si tendría que llamar a la oficina para excusarse, con el tubo atenazado entre una oreja y un hombro sudado, las manos vistiéndolo a las apuradas. Cuántas veces se habrá visto en ese cuadro: putearse en voz baja a las 10, 11 de la matina... de un domingo. Y cuando caía, se desplomaba en el colchón y lo embargaba un alivio más narcótico, el que significaba no llegar tarde a ningún lado y el que te abre la ventana a un par de horas más de sueño. Un grueso par más.
Esta vez era martes.
Desorientado, palpó la pared y se dio vuelta. Los números rojos, digitales, agrietaban la espesura de la noche:
01:47
Ensayó una sonrisa invisible, se acurrucó en posición fetal y cerró los ojos. Su última resaca de realidad fue la bruta frenada de un colectivo, decenas de metros allá abajo. Tan lejos.
"A Vane la esclavizaron unos chinos, en Brasil. Todo comenzó con un extraño procedimiento que siguió con su celular y que, supuestamente, la beneficiaría. Vaya uno a saber por qué. Cómo. En lugar de eso, quedó atada de pies y manos, trabajando y siendo explotada por esos chinos. En Brasil. Yo, indignadísimo. Como nunca antes en mi vida. A mis viejos les..."
¡RING!... ¡RING! ¡RING!
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8:34
-Voy a apurar el cortado porque lo que viene es largo y se me va a cagar enfriando. Mirá, lo de anoche fue... no sé, surrealista. No sé si es porque el cansancio me hace recordar todo como si hubiera sido un sueño o como si lo hubiera visto a través de los ojos de otro. Pero que pasó, pasó. ¿Nunca te pasó eso? Tipo, encontrarte a la mañana, haciendo memoria de todo lo que viviste la noche anterior y encontrar todo eso tan lejano, como con una nostalgia rara. Como si... como cuando se te terminan las vacaciones. Ahí está. Esa es la analogía perfecta: se te terminan las vacaciones y estás de nuevo en Capital y empezás a añorar toda la garufa de la costa... la joda, la playa... todo. Y ahora estás en tu casa, desarmando la valija y preparándote mentalmente para volver a laburar en horitas. ¿Viste? Bueno, ahora medio que me siento un toque así. Un bajón, entro a la ofi a las diez y no dormí una mierda. Y creo que lo de vivir la transición de la noche a la mañana, o sea, eso de que amanezca delante tuyo... no sé, en buena medida, ayuda a que ahora esté así... y bueno, la cosa empezó, más o menos, así: