¿Decidís? No, no decidís. Sentís como te clava la mirada. Como te agarra la mano, suplicante. También recordás el poder que te genera tenerla a ella adentro. La supremacía de la que formás parte entrando en su mundo.
No. No decidís. Las almendras, brillosas ya, siguen ahí. Al igual que esa línea cortando el negro de la mesa.
Su atmósfera de primavera melancólica te atrae. Tus músculos se aflojan, tu semblante se ilumina como en primavera, pero de las otras primaveras. La que enciende tus fronteras vitales, las que hacen florecer tu alma, ennegrecida por el smog mundano de la vida en una ciudad ahora ajena de emociones volátiles (…) que tiñeron por un escurridizo minuto, de color luz. Tu esencia deliraba por tu cielos cuando su vos te sentenció para el resto de tu sufrida existencia.
-Me cansé. No quiero esto para vos. No quiero esto para mí. Decidís vos, y decidís ahora.
Eso te dijo. Y decidiste.
Viste como se iba la mitad de tu alma. Y no hiciste nada. Viste como te partía en dos e hiciste nada.
Te alejaste del respaldo y te acercaste a la mesa. Cuando te incorporaste, la línea negra que cortaba el negro de la mesa había desaparecido.
Solo quedaría en vos esa vacía sensación de supremacía blancuzca.
No. No decidís. Las almendras, brillosas ya, siguen ahí. Al igual que esa línea cortando el negro de la mesa.
Su atmósfera de primavera melancólica te atrae. Tus músculos se aflojan, tu semblante se ilumina como en primavera, pero de las otras primaveras. La que enciende tus fronteras vitales, las que hacen florecer tu alma, ennegrecida por el smog mundano de la vida en una ciudad ahora ajena de emociones volátiles (…) que tiñeron por un escurridizo minuto, de color luz. Tu esencia deliraba por tu cielos cuando su vos te sentenció para el resto de tu sufrida existencia.
-Me cansé. No quiero esto para vos. No quiero esto para mí. Decidís vos, y decidís ahora.
Eso te dijo. Y decidiste.
Viste como se iba la mitad de tu alma. Y no hiciste nada. Viste como te partía en dos e hiciste nada.
Te alejaste del respaldo y te acercaste a la mesa. Cuando te incorporaste, la línea negra que cortaba el negro de la mesa había desaparecido.
Solo quedaría en vos esa vacía sensación de supremacía blancuzca.
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