martes, 6 de enero de 2009

Viajar


Tengo un halo estremecedor. Lo llevo acá. ¿Saben qué es? Es una corriente íntima, intensa, desgarradora; con la longeva paciencia de quien hiberna, de quien soporta las más estentóreas tempestades, sabiéndose en el más seguro y melindroso de los cobijos… a sabiendas de que, en algún efímero -pero suficiente- momento, podrá asomar la mollera, podrá estirar los brazos… con plena conciencia de que esa humilde digresión a su mohosa realidad bastará para teñir mis ojos de un cetrino gratificante, elocuente, y que ese inesperado soplido mantendrá viva la llama que, sin embargo, persiste en menguar; en dejarse llevar por la mendaz melancolía de un martes 6 PM: sí, prepotente, multitudinario, mentiroso. Pero, ¿saben qué? Aunque ni yo lo note, esa fuerza, terrenalmente muerta, se mantiene más fuerte que nunca. Porque le tiendo mi mano, magullada de retener esa soga astillante. En un vagón, por alguna veredita, en un cuarto en penumbras, en un sombrío bodegón, en el pasaje Rivarola… es tan terco como volátil, pero mi rostro se ilumina y me asola la seguridad de que, en ese momento, nada más importa. Lejos, pero no tanto.
Tengo ganas de viajar. Tengo ganas de hablarlo, que lo escuchen, que perciban las sobredimensiones de una ambición tan trivial. El que quiera oír, que oiga.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Guau!!! q bueno.