jueves, 1 de enero de 2009

Comida china (preludio)



El ritmo de vida de Buenos Aires es una gruesa soga, tironeada por vaya uno a saber qué clase de bestia urbana e impiadosa; una soga de cerdas duras, ásperas, crueles, a la que nos aferramos, con resignada decisión, para que aquel renegado ente de grisáceo vigor nos pasee a vertiginosa velocidad, día a día, por los oxidados engranajes de este calabozo ciudadano. Para que nos exprima contra ellos y saque, de nuestros trajinados cuerpos, la amarga hiel de la que se alimenta con emético apetito. Para que, una vez saciada, nos deje ir, nos libere por el tiempo suficiente para no darnos cuenta de que el mismo está por terminarse y que todo volverá a empezar. O, fundamentalmente, para no darnos cuenta de que nunca termina ni vuelve a empezar. Que estamos en una rueda que gira frenéticamente y que, justo antes que la bilis moje el nudo de nuestras gargantas, aminora –nunca detiene- su obstinada marcha para que nuestro semblante recobre color, para que nuestras manos no tomen nuestra frente y suelten la soga… o la rueda… porque ya ni sabemos donde estamos tratando de seguir en pie… las veredas pasan a gran velocidad bajo nuestros zapatos y nosotros, cabizbajos, clavamos obsesivamente los ojos en ellas, solo para saber que, aun, tenemos los pies sobre la tierra.
A veces levantamos la vista, y pareciera que basta un segundo de ver la rugosa melancolía en el cielo rosáceo de las siete y media para distraernos, aflojar mínimamente los músculos y que nuestras manos, de dedos lapislázuli de doloroso esfuerzo, se desprendan de aquella soga, de aquella rueda desaforada y nos hagan pegar un palo de aquellos contra el pavimento. En ese momento estamos aturdidos, doloridos, pero aliviados. Pero gozamos de una efímera felicidad: Me solté antes, ¡Como me gusta poder ver el cielo del atardecer! ¡Cómo me gusta que me invada, que coloree mis pensamientos en ese magenta tan cansino! Ahora somos solo nuestros.
Algo así experimenté aquel lunes cuando, tras bajarme en Tribunales, me observé, reposando el alma en uno de los asientos de la estación. Permanecer ocioso en una estación de subte –luego de haber bajado del convoy- es un síntoma, verdaderamente ilustrativo, de que uno ha soltado la soga, y puede observar sus maltrechas, magulladas palmas. Mi cuerpo agradecía este recreo, mientras revisaba mi morral. Pronto tendría que volver a andar. Saqué una hoja impresa. Esta vez, el timón lo había tomado yo. Solo que, ahora, unos garabatos de mano desprolija y (siempre) húmeda sugerirían mi rumbo: Neuquén y Espinoza*.
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Totalmente offtopic: Éste es Peter Gabriel.

*:Los desopilantes sucesos vividos en esa entrañable esquina serán presentados el lunes!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Te felicito!!Me gusto mucho. Describiste exactamente como te hace sentir Bs.As.algunas veces.
Pato

Anónimo dijo...

Bueno! Muy Bueno!! Comida China tiene eso que te hace vivir la historia como si fueras el personaje. Yo solte la soga y me retire de ese calabozo urbano porque ya le habia arrebatado un monton de sueños medianamente cumplidos y tenia hijos a los que queria fuera de esa rueda loca por el mayor tiempo posible, pero ya ves, para soñar y perseguir esos sueños tenes que saltar dentro de esa rueda frenetica. Hoy es tu turno. Nosotros, orgullosos.