viernes, 26 de noviembre de 2010
Autitos.
jueves, 4 de noviembre de 2010
Resbalar.
viernes, 22 de octubre de 2010
La mosca.
Las veces que me doy cuenta de que me repito y, consecuentemente, trato de evitarlo son, también, pistas que se van: solo más tarde me alejo de todo y concluyo que estoy perdiendo tantas y tantas oportunidades de interpretar una imagen pausada; una foto tan ajena a mí que me fascina, un instante para observar con detenimiento. Foto que de tanto yo mirar, me vea. Es también, mientras tecleo, que me doy cuenta de lo mayúsculo de esa ironía encapuchada que me lleva de la mano: cuanto más superflua es una foto, con más interés la observo; más me desgañito en buscar el detalle, la chispa que se deja ver para que yo pueda ver; la luz de una vela que, de mínima, somete toda mi atención y se la lleva, a los besos, del lugar desde donde intento buscar mis paredes y mi techo, para hacerla tropezar con alguna nimiedad que deje de ser tal por no ser prevista y se ramifique en cada momento, en cada nervio, en cada centímetro que me abraza a mano abierta la piel, hasta poder admitir el traspié: por ahí tendría que haber estado. Y es así como reparto mi tiempo, mis ganas, mis energías, mi entusiasmo y mis ilusiones hasta quedar satisfecho y sonriente por darle sentido a lo que estaba destinado a ser pasado de largo por seguir caminando y mirando el piso. Pero cuando estoy en mi eje y advierto la repetición inminente: no. Ironía: por buscar la heterogeneidad de una mixtura de diversidad eterna -solo por esa evidente superchería- es que termino alejándome de ella. Es, simplemente, quedarme mirando una foto con impavidez; perdiendo toda noción del afuera y solo consolándome, descubriendo que lo poco que le da sentido está tan al alcance de mis manos y con tanta intensidad que las hace temblar... pero ¡gggggggfewtwetqewfsdghh! se me está yendo de entre los dedos mientras admiro una lucidez de cartón, una estrella de papel. Lo que me queda en las manos no me conforma o me desalienta: en el intento de alcanzar una rica madurez, me quedo con una ortodoxia fría, una carta escrita a máquina, las palabras ligeras de quien te da la espalda.
viernes, 8 de octubre de 2010
Botella
Todo eso que esperás encontrar de un lugar porque, de él, solo te separa la barrera que no te deja ver el día.
domingo, 22 de agosto de 2010
Domingo.
Mira de nuevo el reloj de la netbook y se dice que todavía es temprano, que el domingo está para hacer y dejar hacer, ver hacer y ver pasar, vegetar, caminar por Corrientes (porque los fines de semana a la tarde hay que caminar por Corrientes), vegetar, comer mal; mientras uno piensa que tiene que ponerse a estudiar. Ganas de crecer la mollera por obligación y flojera hasta para leer lo que nos ensimisma y nos dice que siempre estuvimos ahí, en Arlt y Dostoievsky, en Cortázar y Huxley, en Kundera; pero, che, vos estás afuera; la barba te crece y el caminante se te aleja con otra levedad: la opacidad inerte de quien mira cómo los pasos están cada vez más lejos, pero que sigue despierto por la inexorabilidad de su cadencia. Tic tac tic tac. O sea: ya no son y 24. Tres carillas. 00.28. Bien. Ocho hojitas más.
Cigarrillo.
00.56
http://www.rae.es
Silogismo. Enter.
Era lo que pensaba.
Vergüencita.
¿Carillas? Vergüencita.
Cigarrillo.
01.04
Le gustó este paréntesis de Barthes: la ignorancia es precisamente esta incapacidad de deducir pasando por diferentes grados y de seguir largo tiempo un razonamiento.
Y esta cita: Una de las bellezas de un discurso consiste en estar lleno de sentido y dar ocasión al espíritu para formar un pensamiento más extenso de su expresión. No sabe de quién es.
Mate. Lavado.
01.16
Del otro lado de la mesa, se oyen tres estornudos:
-Salud, salud, salud.
01.32
Latín: argumentum a loco.
Nueve carillas.
01.57
Quintiliano: (...) jamás parece largo aquello cuyo término se anuncia.
Piensa, mente risueña, que para ser académico, el artículo está untado en bastante poesía. Luego: es desagradable no presentir nada, no ver el fin de nada.
Y una hermosa paradoja: (...) naturalis quiere decir, entonces, cultural; y artificialis quiere decir espontáneo, contingente, natural. (el correcto uso de los signos de puntuación es de él. Cigarrillo.)
Un artículo acerca de la tekhne rhetorike, cierto.
02.07
Por alguna razón, le agradó encontrar el concepto de habitus en el texto de Barthes. Por alguna razón, aún más esquiva, anotó la susodicha palabrita a un margen del apunte.
02.18
Mate helado. Cigarrillo. 18 carillas. La traducción parece hecha por un ucraniano recién llegado a Buenos Aires.
No es tan simple como parece hacer un racconto de las horas que quedan e intentar un ejercicio de raciocinio frío, económico, hilarante; apoyar las dos manos sobre la mesa, escuchar tu propia respiración y susurrarte a la boca del estómago que todo, con un poco de responsabilidad, sale, se termina de delinear, se pinta, se aprecia desde lejos y se termina por acariciar su superficie y disfrutar del suave tacto; de la caricia de las yemas de los dedos sobre la pintura recién seca, no. Aquel aparta los apuntes y estira los pies, sin saber que el resto de lo que importa en él se acaba de desatar y se aleja, arrullado por el aire y con su piolín danzando, último resabio del contraste que sufre el soñador de oficina al alejarse de todo eso que lo corre para tomar de nuevo ese piolín y atarlo, otra vez, como siempre, a la mesa. Otra reflexión metaforuda sobre los días, los meses, los años y los segundos, cada segundo. Y qué hacer con todo eso.
Un contraste, dos colores tan definitivos:
Dejarte llevar por la doble liviandad de un cuerpo exiguo, descuidado y tan sometido a lo onírico te da la altura para ver y lamentar que todo lo que te reclama allá abajo es áspero, ocre y fascinante; te permite asumir con sabor ambiguo que toda la distancia, el tiempo y el pedregullo de un camino difícil y curvo no son obstáculos duros de sortear, pero que la tibieza de alma con la que das el primer paso tiembla bajo la primer sombra; luego te confunde por el calor renovado de una fuerza que sabés conquistada; después logra estremecerte de desconcierto ante la llanura de una senda inesperadamente fácil; en las altas horas, te confiesa perseguido por el temor que da la sorpresiva reserva de un impulso desmesurado: sufrir el miedo y saborear la angustia ante una meta que ya nos sonríe una cercanía defintiva; pasar las horas quieto, parado, observando un fin con el mate lavado y frío, sacarse el sobretodo a mitad de camino, llevarlo en la mano, pesado; seguir negándose a comprobar que era eso lo que se escondía a mis espaldas y se hacía atisbar, burlón, por el rabillo del ojo; resignarse, ilusionarse con una bifurcación bajo un valle ahora tan anhelado, tan rogado; dejar las fuerzas en el camino, recordar esa liviandad que, de última, va a cesar y te va a devolver a la maquinaria de lo de siempre, de Comida China; alma tibia, ya despojada, empezar a caminar, cruzar la meta con los ojos cerrados, romper la cinta de llegada con el cuello para que se te anude de una vez a la garganta... una curva, un ciclo: el camino seguía, y te dejaba en el comienzo, nomás, con el calor de siempre; de nuevo allá arriba, de nuevo aparece la ciudad, de nuevo la carne, de nuevo la piedra... pero más ímpetu, más impulso para ya no caminar, sino deslizarte por la calle, por las esquinas, por todo lo que no es tu casa, por todo eso que alimenta una melancolía rica, que te gusta, te hace sonreír en silencio y tragar saliva pesada, que te hace sentir más vivo que nunca y que cada vez fortalece más tus alitas de pollo para poder subir y bajar, dar vueltas y marearse, hacer el mismo ciclo, una y otra vez, cada vez más fuerte, con más ganas, con más madurez, para poder al fin reirte a carcajadas sin importar que te miren raro, que se rían con vos o que solo te sonrían con el brillo de ojos comprensivos.
Así, sin puntos. De un tirón bien rumiado.
Pis.
Cigarrillo.
03.20
Le encanta la nueva recurrencia a aquella linda paradoja: ¿Cómo puede el sentido propio ser el sentido natural y el el sentido figurado el sentido original?
Dos renglones más abajo se siente bajo una lluvia de pétalos de rosa:
F. de Neufchateau: En la ciudad, en la corte, en los campos, en el mercado./La elocuencia del corazón por los tropos se exhala.
03.28
Finalizada la vigesimoprimera y última carilla. Alivio. Cierta satisfacción del deber cumplido.
Se para de la silla. La observa. Un semicírculo dorado queda al descubierto: Alfajor Havanna.
Plancha.
Morral.
Plata.
Dentífrico.
03.56
Alarma: 08.30.
Cama.
Cigarrillo.

miércoles, 11 de agosto de 2010
Trapos húmedos.
Amanece.
domingo, 18 de julio de 2010
Goteras.
No es perder el sueño ni tomarme de las mechas con inquietud. No. Es buscar las ideas; es la necesidad de exteriorizar esa energía que hace eco dentro de mí. Que ahora reposa.
Pero que late.
Es poder ceder a un mandato interno; es superar el miedo al orgullo, a hacer bocina con las manos y gritar que acá estoy, ¡Que todavía estoy! Es saber cuándo gritar que estoy y cuándo llamarme a silencio. Es saber que solo se trata de presionar un botón. Pero tener siempre implícito que no me será necesario.
Es algo que me pica, algo de lo que me acuerdo cuando tengo la libertad de trabajar mi cabeza a mil por el mero placer de hacer chispear mis neuronas porque sí; porque de nada sirve, porque quiero; porque mi cabeza se me antoja la cabeza de un fósforo, que quiero encender para que todos vean mi pálido destello antes de apagarse y volver a la mera rotación de palanca; a mantener el ritmo de una marea somnolienta.
A gotear.
A gotear para siga goteando. A gotear para que la fina película de agua se siga moviendo.
A gotear para no levantar la perdiz.
A gotear despacito para poder ver el fondo y constatar que el latido persiste y entibia el agua. Para saber que puedo pisar, que puedo sentarme, acostarme, cruzarme de piernas y apoyar mi nuca sobre mis manos; sobre ese suelo de vivos colores. Para dormir al calor de su pulso. Para cerrar los ojos y saber que todo va a seguir, que el timón lo tengo yo y la velocidad, el ritmo, el tenor y la dirección no me van a fallar.
Es saber encontrarle la medida justa al malestar mentiroso; es saber que sigo pisando, que la marea no me mueve; que puedo contestar con una sonrisa sincera al grito pelado de una infelicidad tan ponzoñosa, tan distinta a la mía. Es darme cuenta de que solo yo puedo moverme de mi lugar, que tanto la declaración de guerra como la tregua final están en mis manos.
Es querer mirar a los ojos sin levantar la cabeza. Ni agacharla.
No sé si tengo la capacidad de cumplir con alguno de estos mandatos de un orgullo que se me hace esquivo. Hacía bastante que no escribía; que quería hacerlo, que no tenía ideas. Que no las tengo.
Entonces, recurrí a expresar esto durante las líneas precedentes.
Astuta salida, ¿Ha visto?