viernes, 8 de octubre de 2010

Botella

¿Qué pensar, o qué intentar mostrar, cuando seguís un flujo de imágenes y de música que te termina por llevar a la rastra, tiranizado por un aroma que te tiene respondiendo preguntas sin parar? Yo me di cuenta a su tiempo: me di cuenta de que hacía preguntas demasiado largas; siempre detentando el don-pretexto de saber mis mambos demasiado versados, demasiado abusivos en curvas difíciles de sortear. Y fue, cuando supe admitirlo, que no pude evitar advertir una lejanía en los pesos pasados y de ahora nomás, y que supe abrirle los brazos al vértigo y a la agonía de los minutos al pasar, cuando detuve el paso y decidí aguantar una vuelta más. Quise bajar la mirada y esquivar los posibles reproches de tentativas fracasadas y mirarte a los ojos y preguntar: ¿Y qué se pierde de acá, volviendo a resbalar de estas cornisas de casa chorizo? Ya no me cuesta sentarme frente a la pared y conceder el guiño de que ya no hay nada que hacer, que ya somos así, compa! Pero no importa, siempre me gana la compostura, siempre tengo la fuerza del gesto autosuficiente. No puedo evitar quedar de pie; pero no la pisada fuerte de quien prueba terreno para sentar presencia, sino el flameo de una bandera que siempre admite una baja de defensas cuando tu gesto se abre y confirma que nunca dejó de estar ahí.
Todo eso que esperás encontrar de un lugar porque, de él, solo te separa la barrera que no te deja ver el día.

1 comentario:

Anónimo dijo...

la cortina decía el bocha