lunes, 20 de abril de 2009
"¡Pedime que me quede con vos!"
viernes, 10 de abril de 2009
Hasta acá
miércoles, 11 de marzo de 2009
martes, 10 de marzo de 2009
Secándose al sol 2da parte
Asique tomó algunos mates más. Ya cansados los dos, Ernesto y el mate.
Miró el almanaque quien le indicaba que debía ya ir al banco a cobrar la pensión correspondiente por su viudez.
Era imposible, no podía evitar durante las 17 cuadras que lo separaban del banco recordar esa fuertísima y devastadora escena que le marcó el antes y el después más triste que podría haberse imaginado nunca.
Esas cuadras que Ernesto caminaba hacia el banco eran las mismas últimas cuadras que recorrieron su esposa y su hijita de 10 años.
Estaban yendo al centro para tomar el tren y encontrarse con él. Iban a festejar el cumpleaños número diez de Milagros, y a celebrar el ya casi confirmado ascenso que le iban a dar a Ernesto en la fábrica. Se lo merecía, realmente se lo merecía, tanto él como sus patrones lo sabían. Él no se animaba a pedirlo, y ellos no estaban interesados en reconocerle ningún mérito. Pero al final, después de tanto tiempo le prometieron que en dos meses, cuando pase el período de baja producción, él iba a ser encargado de planta, por lo que le iban a a reducir el horario de trabajo, y le iban a aumentar el sueldo.
Ernesto no cabía en sí de la emoción. Quería compartirlo cuanto antes con sus dos amores. Pidió el teléfono prestado en la fábrica, y la llamó a la Negra. No quería contárselo por teléfono, quería llevarlas a comer al mejor restaurant del barrio y contarles que por fin, tantos años de esfuerzo, estaban dando sus frutos. Se imaginaba la emoción de la Negra, con sus ojazos de gato pardo, oscuros y húmedos de lágrimas, y la Mili, blanquita como el papá y los ojos pardos y profundos como los de la mamá... una reinita con las manitos siempre llenas de pinturitas... un ángel con alpargatas.
Y así, pidió el teléfono, llamo a su casa y les pidió de encontrarse, que lo pasen a buscar por el trabajo. Esa desdichada propuesta de que lo pasen a buscar, de querer que todos sus compañeros de trabajos vean que hermosas mujeres tiene al lado.
¿Pero que sabía él? Que en realidad el encuentro era con el destino infame que hizo que se cruzara en el camino de sus dos ángeles un desgraciado con demasiada carga de alcohol en sangre, frenos en mal estado, un registro vencido y muy poco respeto por la vida ajena.
jueves, 19 de febrero de 2009
Colores
1: Dibujo de Gabriela Burin en Barceloneta (¡perdón!)
2: ¡Ayúdenme! Lean el primer comentario y respóndanme.
Ye y Uve nunca se cansaban de ellos mismos. La mañana menos esperada y más violetosa que imaginaron los encontró subiendo a la montaña altísima con un entusiasmo dopaminoso. Cuando uno estaba con el otro ¡Se animaba a todo! Pero no habían trepado a ese alpe cochambroso para estar más cerca del cielo, no. A los veintisiete años uno no cree en esas pavadas. Subieron porque, remolinando en la lascivia hormonal en la que tantísimo explotaban su lividez, se toparon con ella. Bastó levantar la vista y admirar esa pequeñez relativa, que la hacía tan fea y tan nada, para suponer que, de no hacerlo, se arrepentirían toda su vida. Entonces, valiéndose de artimañas asombrosas, pero imposibles de detallar en un relato tan cortito, llegaron a la cúspide. Ahora, en la cima, gozaban. Sin embargo, Uve tuvo un lapsus sensorial algo incoherente, y una nube celestísima, pero interior, la llenó de estupor a borbotones:
-Voy a bajar.
-¿Estás loca? No. No bajás. Mirá como te agarro y no te suelto.
Ye cazó la mano de Uve como si fuera un tabanito. El cuadro era irrepetible: Ye se sentía muy a gusto con los dedos de Uve entre los suyos. Ella no oponía resistencia alguna. ¡Pero cómo quería que Ye, que ahora asía sus deditos y jugueteaba tontamente con sus falanges, bajara con ella!
-¡Por favor!
-No. No. Te cuido.
-¿Por qué no?
-Caerías en el laberinto de la somnolencia más posesiva. No, te quedás conmigo. Allá hay mucha superchería vetegosa verderil. Te engañarían y, sino, te engañarías vos misma. Cruel. Mirá como te tengo y no te dejo ir.
Uve sintió que tres traviesos pero cortísimos segundos de excitación adolescente le picoteaban el cuerpo. Uve se excitaba con pasmosa facilidad. Pero…
-No.-se puso seria- Voy a bajar. Acá hay un aire de arcilla venenosa que me da escozores y me ensucia ¡De la cabeza a los pies! El pedregullo me rasga las cuerdas vocales y me hace carraspear ¡Y a vos te gusta tanto mi voz! Y abajo hay verde. Pero un verde distinto, más jugoso. Mirá. Allá la tierra es blandita, bichos de colores, esas ciénagas azulcitas tan lindas. Me divierte y me hace cosquillas, me hace reír. ¡Y acá no me puedo reír! Y allá abajo es tan vertiginoso, ese abajo es tan elocuente que me vas a ver reír desde muy muy lejos. Y vos también te vas a reír, y vas a bajar conmigo. Ahora me pongo seria y te doy vuelta la cara. No te quiero más.
Tanto ímpetu femenino barrió con la persistencia de Ye.
-Ahora me siento devastado. Bueno, bajá si querés. Te suelto la mano.
-¡No! ¡No me sueltes nunca!
martes, 17 de febrero de 2009
Declaración

Quiero que sepan que las amo. A las dos. Soy muy feliz con ustedes, ustedes me hacen muy feliz. Iría a todos lados con ustedes, sé que podríamos. Seríamos felices los tres, e incluso me gustaría compartir el resto de mi vida con ustedes. Quizá yo me vuelva viejo y más adelante piense diferente, pero no le temo a eso. Porque ustedes no son como las demás, que lastiman, o te abandonan, o te ahogan. Las he conocido, sí que sí, y por eso creo que puedo decir que no hay nada como ustedes. Porque no son como esas que te maltratan, que te dejan pagando a mitad del camino, y entonces te tenés que volver con la cabeza gacha, derrotado. Y es volver a empezar, conocer a otras para que después te terminen haciendo lo mismo. Tal vez piensen que soy un tonto, un adolescente enamorado, y que en unos años cambie mi parecer y las deje sin más, pero quiero que sepan que yo a ustedes las amo. Pero se los digo desde el fondo de mi corazón, con sentido. No lo digo por decir y nada más. Y las amo por igual a las dos. Porque las dos estuvieron cuando las necesité, se bancaron todo tipo de atrocidades y aún así al lado mío, firmes. Pasamos lindos momentos también, fuimos a los lugares más lindos y tranquilos, como a los más lúgubres y agitados. Conocimos a mucha gente, de lo más variado, siempre los tres juntos. A esta altura creo que puedo asegurar que somos inseparables, y me encanta. Me encanta la relación que tenemos, y espero que podamos conservarla por muchos años más.
jueves, 12 de febrero de 2009
Un quiebre (preludio)*

Estuvo a punto de bajarse en Dorrego y seguir a pie, pero alguien se paró y, tras soslayar con mirada desdeñosa el guiño cómplice que le hacía aquel medio metro de pana rojo que acababa de liberarse, se dejó vencer. Solo faltaba una estación. Solo una… ¡Pero hacía tanto calor! Andrea apartó de su mentón, con ambas manos -como si quisiera librarse de una horca- el grueso cuello del sweater marrón clarito que la asediaba. Se sentía evaporar y deseaba que pasara rápido, que termine de hacerse humo y colar su figura, ya intocable, por la hendija de alguna ventanilla de ese vagón; porque verse rodeada de tanta remera, musculosa, strapless y breteles de silicona la hacía sentir aun más ridícula. Sin embargo, había una determinación que sostenía desde su no-fácil pubertad: decidió que sus hombros, su pecho, sus brazos, su vientre… eran demasiado pálidos, demasiado salpicados para ver la luz. Claro que estos complejos tan tontos traían un pan bajo el brazo: los veranos de Andrea eran un vía crucis de tres meses de largo y cuarenta y tantos grados de ancho. Además, ella sabe que todos lo sabemos: ¡Le queda tan bien el cuello alto –creo que le dicen de tortuga- y las mangas sorbiendo sus manos hasta dejar visibles solo sus pequeños, blanquitos dedos!
Para cuando el convoy llegó a Lacroze, su melena color fuego había cambiado tres veces de hombro. La flamante ayudante contable subió las escaleras, como huyendo del averno. Taconeando a paso corto y ligero, llegó a Olleros y viró a la izquierda. Entonces, el sudor de su cuerpo se había enfriado y se sentía en el cielo… Llegó a Forest, la cruzó al trote y se detuvo en el segundo edificio de la cuadra: A.D.C.S.A. Eran las nueve menos cinco más tórridas que hubiera recordado. Tocó timbre, respondió con su nombre a una voz metálica y saturada e ingresó.
*: preludio de la situación ficcional que voy a llevarles la próxima reunión!