lunes, 2 de febrero de 2009

Vacío


No es una sensación. Es algo más. No, una sensación es demasiado escurridiza. Ésta, en el mejor de los casos, solo te deja estupefacto, sin previsión de tal sorpresivo golpe… te encajona de manera inesperada, es una mano que cierra, parsimoniosamente, la puerta del sótano al que bajaste, escalón por escalón, sin siquiera advertirlo; quizá buscando algo más, dejando que la intriga y la necesidad de ese algo más entumezca tu instinto conservatorio, te atenazara los hombros y te levantara de tu tierra firme en un sueño, que no es precisamente éxtasis… no. Es algo más indefinido, más inquietante, algo aterrador… y es, entonces, cuando el miedo hiela tu sangre y te despierta, como con un baldazo de agua fría, y te encontrás ahí. A oscuras, bajo tierra, los ojos helados de sorpresa… un dolor punzante en tus hombros; una punción que, súbitamente, espanta a manotazos tu somnolencia, tira de la cadena, presiona el interruptor… y volvés a ver. Todo. Una lucidez, tan momentánea como para caer en la cuenta de que la puerta de aquel lúgubre subsuelo solo se mantiene cerrada por una mano inconciente. La tuya. Entonces, la abrís y la neblina complaciente vuelve a llenarte de tu mundo… te vuelve a drogar tan rápidamente que accedés, sin resistencia alguna, a volver a esos engranajes de ciudad rutinaria tan oxidados que sus rechinantes quejidos aturdirían a todo aquel que no estuviera tan dopado de hollín como vos. Eso sería -para mí-, en el más paradigmático de los casos, una sensación, en su carácter más intenso y efímero. Un sensación, letra por letra.
Otras veces, la mano que presiona el interruptor, lo hace con tal fuerza que el brillo polvoriento de aquel sótano te encandila. Tus ojos arden, quedás indefenso, vulnerable, y tirás manotazos, tanto como para dar con la puerta que te devuelva a tu realidad, a tu gris realidad, como para atenuar tal dolor. Pero la luz es demasiado gris, demasiado agria. Buscas, desesperado, esa puerta, pero no podés encontrarla. Y el pavor te invade, cuando sentís que tus fuerzas se desvanecen, seguramente consumida por esa luz tan amarga que necesita de la energía que solo vos tenés, para brillar de tal manera que no te deje ver nada y te confine a ese sótano medio pelo, no para siempre, pero por un tiempo angustiosamente extenso.

Plumereándolo concienzudamente de toda esta burda exageración, la estructura de esta idea sería como un perchero. ¡Un perchero! Un rígido perchero del cual, últimamente, permanezco colgado, hueco. Bueno, no voy a abandonar la exageración: el año me recibió así, me devolvió algo que creía alegremente extraviado años atrás. Mi temple, mi centro, mi pluma temblorosa, mi pensar… mi todo se abolla como un barquito de papel ante el mínimo y real tanteo de una yema cínicamente curiosa. Hoy, nuevamente, el vacío me llena.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gustó mucho

Anónimo dijo...

Perdón, esa costumbre.

Me gusta mucho, y me animo a decir que me va a seguir gustando después también.

Anónimo dijo...

Me gustó, todos tenemos un sótano, aunque muy pocos se animan a pasarle el plumero de vez en cuando.
Pato