domingo, 18 de julio de 2010

Goteras.

Es una presión suave, un latido apenas perceptible. Es el polo gravitatorio que se confunde con la pesadez de una mañana helada. Es el sopor parecido al de los ojos que acaban de abrirse; al dolor que abruma por el primer sol del día. Pero es saber mucho más que eso: es estar avispado. Es saber sublimar.
No es perder el sueño ni tomarme de las mechas con inquietud. No. Es buscar las ideas; es la necesidad de exteriorizar esa energía que hace eco dentro de mí. Que ahora reposa.
Pero que late.
Es poder ceder a un mandato interno; es superar el miedo al orgullo, a hacer bocina con las manos y gritar que acá estoy, ¡Que todavía estoy! Es saber cuándo gritar que estoy y cuándo llamarme a silencio. Es saber que solo se trata de presionar un botón. Pero tener siempre implícito que no me será necesario.
Es algo que me pica, algo de lo que me acuerdo cuando tengo la libertad de trabajar mi cabeza a mil por el mero placer de hacer chispear mis neuronas porque sí; porque de nada sirve, porque quiero; porque mi cabeza se me antoja la cabeza de un fósforo, que quiero encender para que todos vean mi pálido destello antes de apagarse y volver a la mera rotación de palanca; a mantener el ritmo de una marea somnolienta.
A gotear.
A gotear para siga goteando. A gotear para que la fina película de agua se siga moviendo.
A gotear para no levantar la perdiz.
A gotear despacito para poder ver el fondo y constatar que el latido persiste y entibia el agua. Para saber que puedo pisar, que puedo sentarme, acostarme, cruzarme de piernas y apoyar mi nuca sobre mis manos; sobre ese suelo de vivos colores. Para dormir al calor de su pulso. Para cerrar los ojos y saber que todo va a seguir, que el timón lo tengo yo y la velocidad, el ritmo, el tenor y la dirección no me van a fallar.
Es saber encontrarle la medida justa al malestar mentiroso; es saber que sigo pisando, que la marea no me mueve; que puedo contestar con una sonrisa sincera al grito pelado de una infelicidad tan ponzoñosa, tan distinta a la mía. Es darme cuenta de que solo yo puedo moverme de mi lugar, que tanto la declaración de guerra como la tregua final están en mis manos.
Es querer mirar a los ojos sin levantar la cabeza. Ni agacharla.
No sé si tengo la capacidad de cumplir con alguno de estos mandatos de un orgullo que se me hace esquivo. Hacía bastante que no escribía; que quería hacerlo, que no tenía ideas. Que no las tengo.
Entonces, recurrí a expresar esto durante las líneas precedentes.
Astuta salida, ¿Ha visto?

domingo, 20 de junio de 2010

Perdido

Creo que te debo una. Entiendo tu estar rezagado cuando las imágenes son más rápidas que los ojos y solo te queda ver lo que no podés entender, para darte cuenta de lo parado que estás... ¡Cómo no ponerme en tu lugar! Tu traje me muestra colillas de pucho, polvo de ratón: demasiados soles pasaron por tu cabeza. Pero dejame decirte que no estás tan mal... solo basta abrir un poquito los ojos para cerrarlos con dolor, pero un dolor físico; tantas cosas te negás a ver, y tan bien que hacés. ¿Querés una metáfora? Una sombra. ¿Querés más? La sombra que te enfría, te envuelve en frío ostracismo. ¿Querés ver más? Lo tenés en frente: es la sombra de toda la estructura que vos mismo levantaste, tan débil, desmoronándose sobre vos. Es la frialdad que tanto duele, es la mirada con desdén, el saludo de compromiso, la vuelta de cara. Tan malos ellos, pero... ¡Tanto te advierten! ¿Cómo no terminar aceptando un cliché mal recordado, una frase mal dicha? ¿Cómo no terminar aceptando que la sombra que se te viene encima es una capa de resina pegajosa, dos centímetros de cemento que tanto asfixian tus poros como te insensibilizan del golpe para el que tanto te preparaste? Ahora estás parado adelante. Yo estoy con vos. Estas como frente a un pelotón de fusilamiento. Yo estoy con vos. Sos un fusilado sin venda en los ojos, un espectador despierto; un voluntario sin ganas de irse sin nada. Yo estoy con vos. El esqueleto te pesa y yo estoy para tenerte del brazo. La sombra se hace más grande, lo cubre todo; pero ¿Qué importa, si hace tanto te terminó de cubrir entero? ¿Qué importa todo lo que te rodea, la vereda, los árboles, la calle, los autos, todo lo demás, si sos tan minúsculo que esa sombra ya te bañó entero en el primer suspiro? Yo sigo estando ahí. Tu propia maquinación está cayendo encima tuyo, haciendo ruido de fierros oxidados, de tornillos saltando, de bulones disparados. Y yo estoy con vos. No te preocupes: yo siento el suelo debajo de mis pies. Vos olvidate: el frío me castiga, mis ojos se irritan, el rechazo me duele, la indiferencia me mata de a poco. Vos quedate tranquilo, la vida me duele como a vos, como a todos. Solo sabé que no es ningún bautismo de fuego, ninguna ruptura de ningún carácter neófito de ningún ritual de ningún aspecto de ninguna existencia. Yo estoy ahí para decirte que sí, ¡existís! Yo te noto, yo te veo. Tu pesar me repercute, tu entusiasmo me entumece, tu seguridad contagia. Estamos parados sobre el mismo suelo; empequeñecidos frente al mismo cielo; condenados a la misma incertidumbre. No te pierdas, porque es imposible. Estamos en el mismo entuerto; no hay laberinto, peor: hay una llanura demasiado extensa. No hay paredes que nos contengan. Lo que nos pierde es algo mucho más desolador: la infinitud de un camino sin marcas, de una ruta sin dirección: el llano absoluto, la senda sin marcas, el mundo eterno, el vacío tan desesperante como sólido. El comodín mundano, per se.
Pero yo estoy.

lunes, 31 de mayo de 2010

¡Sonrisa de paria!

Andrecito camina a gusto por Cabildo. Hace frío, pero su sweater gris con rayas verticales azules y esa bufanda hippona que le enrolla el cuello como yarará fumona no solo lo resguardan de la crudeza tibia y ciclotímica de un invierno porteño cualquiera, sino que parecen sentarle bien. Así se siente el muchachete; por una vez dominado por la soberbia que sabe de cartón pintado de colores, jodona, como si su ego se hubiera trepado a la punta del Obelisco de pan dulce de Minujín y, desde ahí arriba, los mirara a todos y se riera con ellos de su propia visión y de que, de un momento a otro, caería con boludona apatía al asfalto que ya es tan de sus pies; de sus All Star rojas caminando entre pedazos del pan dulce que él mismo terminó desperdigando por el piso, por el propio peso de su mentira blanca. Y sí: Andrecito es la mentira blanca de Cabildo y Monroe: se siente fichado por farolazos verde imposible; besado por labios finos, brillantes y perdidos en la bruma onírica que brota de esa distancia y ese anonimato; ve jopos almidonados con shampoo elegido obsesivamente y para él, proyecta corazones acelerados, como queriendo hacerse notar en el relieve de conjuntos enterizos simil pantalla de lámpara de pie tan Belgrano que él dice: "Te lo cambiaría por un kimono, pero estás buena igual; guiño guiño. Lo sé, lo sé. Palabras que no saldrán de mi boca porque ya dan vueltas por tu cabeza y se pierden en tu jopo. Y porque no me animo ni en pedo: te-parto".
Todo eso ya pasó. Pero el péndex, esa tarde, las hubiera sobrado a todas a fuerza de barrio, de calles sucias de mugre y de migas de pan dulce; callejones de vecindario tan pateados y pateados por las All Stars rojas que, fijate vos: en el fondo, no se sentían tan a gusto sobre las passarellas cabilderas.
Andrés entró a la rockería y salió de ella con una bolsa que ya le arrebataba las razones para seguir yirando por Belgrano y, a su vez, le daba al flaco los gramos de algodón y polietileno de más para que el Obelisco de pan dulce empiece a oscilar... y ya, a esa altura (en sentido estricto, en sentido figurado) de la tarde ya recrudecida por las horas, el viento frío que le daba de lleno en la cara mientras esperaba el 59 era, realmente, el vientito de la caída a ese asfalto tan suyo, de esa caída a una realidad amortiguada por pan agridulce. Chau mentira blanca, que sigas así de bien. En serio.
Un par de esos faroles lo vio subir al colectivo, tardó menos en olvidarlo que en decirse que no era nada especial y siguió caminando.

domingo, 2 de mayo de 2010

Acordes de fondo

Una forma de comenzar: "voy a aprovechar un poco del tiempo que, irresponsablemente, libré a su suerte; vulnerable a la esterilidad progresiva y creciente: minuto a minuto." Poner la mente en blanco es imposible, es tratar de darle espacio a lo que te tiene que importar -y, sin embargo, no puede dejar de parecerte estéril- y dejar en un rincón del subconciente todo eso por lo que aprendés a contar los días, las horas y hasta los minutos; todo lo que te hace dar vueltas nerviosas frente a una puerta cerrada, lo que te hace estirar el cuello y mirar a ambos lados de la calle. Lo que te aprieta, lo que te angustia y lo que te llena de vida. Y hacés el esfuerzo por liberarte de todo eso que, paradójicamente, te da tanta libertad sin darte cuenta de que -es fatal- lo que no te importa nunca te va a llenar, lo que te mantiene vivo no te va a dejar vivir, lo que te tiene en pie no te dejará avanzar... y todo esto, sin querer darte cuenta. Hoy necesito encontrar mi eje, la recta al horizonte me pide cosas imposibles; lo que está más adelante me exige que no le dé importancia a esas horas subterráneas, a esos pasadizos andrajosos, a esos ojos tristes, a esa boca apretada como un puño, a todo lo que encierra esa frágil figura que tanta libertad me da ver; a su ausencia, que tanto me duele cuando no la espero; a todas las preguntas que quisiera hacerle, a todas las sonrisas que quisiera sacarle pára iluminar ese rostro tan melancólico, tan armónico, tan atrapante; a todo lo demás. Ahora saben de qué estoy hablando y tambien el porqué de ese pesar que provoca el saberse lleno de actividad cuando las horas que antes eran subterráneas, clandestinas, hoy están muertas y solo queda resignarse a esperar. Todo lo que tengo, este domingo y los que vengan, no me basta. Todo lo que me rodea en un día como éste solo me hace adolecer más y más de todo lo que falta y todo lo que se me resbaló de las manos y todos los colectivos que corrí y que se me fueron y todo por lo que habrá que esperar y empezar, de nuevo, a contar: los días, las horas, los minutos.
Cuando aprenda a saltar este pequeño mojón, voy a salir, el sol nos va a encandilar y vamos a mirar con más ganas al parque, que siempre está.

viernes, 19 de marzo de 2010

Roger that!

¡Dejá de reirte cada vez que digo que no puedo seguirte el paso! Dejá de aparentar esa humildad neófita que no es más que otra muestra de tu inequívoca capacidad de proyectarme tus falsos síntomas. ¡Rayos y centellas! No hagas de cuenta que es culpa mía el quedarme atrás con la tibia excusa de poderte ver completa para consumir el largo folklore de un baile que me deja sentado para decir basta y quedarme atontado para rendirme a tu despliegue. Los demás se hacen los giles, pero yo tengo las cartas en la mano, tengo una mano floja y no hay forma de mentirte; pero te digo:

-Esperá que termine la mano. Dejá que sacuda estas cartas y ya estoy con vos.

Pero vos me miras de reojo, porque sabés que me podés, y ya adivino que te das cuenta de que tengo tres cuatros y, por más que agite mi esqueleto y sonría despreocupado, la falsa pedantería me falsea y quedo en evidencia, detrás de un banquillo de espectador para ver como tu displicencia es verdadera; como el tiempo te sobra y cuanto más me comen los minutos más tranquilamente podés cruzarte de esas piernas que también me pueden y apoyar el mentón sobre tu mano fina, que tampoco puedo dejar de mirar, y decirme, con todo el tiempo del mundo:

-No mientas, no tenés nada. Ahora juego yo.

¡Basta!¡Me voy, rumbo a la puerta! Pero como soy un muchacho educado…

-Bueno, me las pico dijo perico.

-¿Ya?

-Y sí… se me hizo re tarde.

Pero sé que la noche no termina ahí. Me diste un milimetro que, sospecho, sabrás que es un escalón al que me voy a subir y ya de ahí no me sacás hasta que ambos decidamos que es hora de subir otro peldaño, y otro más… despacio, otro más… hasta mirarte a los ojos de frente y nuestros rostros estén ya tan cerca que no puedas volver atrás. Ahora me toca a mí. Jugá tranquila, yo te muestro mis cartas, mirá que bueno, qué muchacho educado soy…

Terminé el ensayo.

Ahora empieza el partido de verdad.

sábado, 6 de marzo de 2010

Tardes

Es cierto que me parece mentira verte así. Qué pasará cuando caiga en la cuenta de que, en algún momento va a ser demasiado tarde. Verte tan cándida me paraliza como a toda esa gente que disfruta su carnaval sin darse cuenta de que, en realidad, están rígidos; fisuras maltrechos, anestesiados de bienestar sin saber que el calor es para ellos y, qué pena, se les va. Yo estoy inmóvil y el goce que me embriaga me distrae de la fatalidad de perderme cada minuto de vos y me va subsumiendo en el otro destino: ese del cual me doy cuenta cuando me doy un palmazo en la frente y me grito que ya no estás acá y que no fui suficiente cuando tuve el color y la irreverencia de robarte un rato más para mostrarte mis tonos. Pero ahora, en cambio, estoy viviendo de un mambo narcótico, un ritmo que me aleja de vos minuto a minuto, cuadra por cuadra, y lo estúpido es que no quiero otra cosa; pero, a la vez, no; no quiero despertarme y saber, a destiempo, que nuestra intimidad me está alejando cada vez más de vos. Quiero caer, quiero caer en la cuenta y salir a buscarte por donde sea, quiero encontrarte en cualquier esquina y enlazarte. Quiero mentir un carisma y, aunque sea, dejarte un resabio del brillo de mi inmadurez cuando coincidimos en un mismo lugar. Quiero hacerte reir, quiero que pienses que lo que estamos viviendo es irreal, absurdo. Alucino con darme vuelta con vos, con arruinarme por completo y advertir que lo único que me sigue uniendo a la realidad sea el contacto de mi cabeza con tu regazo y que la única señal de vida mundana que te susurre la mañana de domingo sea ese perdido que descansa entre tus piernas. Quiero que pienses que soy un pelotudo, que estoy loco, pero que no encuentres razón para irte y prometiéndome una cerveza algún día para sacarme de encima; que te preguntes por qué no podes volver a tu casa y dormir, dejarme tirado, que soy grande y me sé cuidar. Sueño con que nos demos cuenta al unísono de que el Bajo de madrugada no sería tan pero tan reconfortante, que el cansancio y la resaca no serían tan sobrellevables si no escucháramos al lumpen de la vida, al lado de cada uno, hablando idioteces en un estado lamentable. Quiero que lleguemos al punto de no poder asociar el escape de la realidad sonrisa de telgopor con otras cosas que no sean tus ganas de seguir caminando, mi parlamento de ebrio gratuito, tu mirada perdida pero tan totalitaria con mi alma, mi chispa que no se resigna a apagarse en la noche. Quiero que pasemos horas en un escalón sin siquiera sospechar del acecho de un aburrimiento que tantas vidas se carga tan cerca nuestro, tantos misiles retumbando tan cerca nuestro y nosotros como si nada. Quiero hacerme el poeta cursi e improvisarte una murga despechada que rezongue:

Ay, que tiempo renegado!

Que a este tonto hace a un lado

Sin dejarle la ocasión!

Ay, que puedan, emociones!

darle un puño a sus temblores

y embarrarse en tu canción!



Y, cuando imagino tus risotadas, la chispa loca me da hipo y me quedo fantaseando con esperar que cedas, tan solo un milímetro, para que mi carretel gire y gire y que mi paroxismo no te deje dejar de verme y escucharme y algo, que cuando sepas qué es ya sea demasiado tarde para volver atrás, te haga pensar que algo tengo para estar ahí y que el magnetismo te drogue y que ya no quieras otra cosa que esperar mi última rima borrosa.