domingo, 22 de agosto de 2010

Domingo.

00.24

Mira de nuevo el reloj de la netbook y se dice que todavía es temprano, que el domingo está para hacer y dejar hacer, ver hacer y ver pasar, vegetar, caminar por Corrientes (porque los fines de semana a la tarde hay que caminar por Corrientes), vegetar, comer mal; mientras uno piensa que tiene que ponerse a estudiar. Ganas de crecer la mollera por obligación y flojera hasta para leer lo que nos ensimisma y nos dice que siempre estuvimos ahí, en Arlt y Dostoievsky, en Cortázar y Huxley, en Kundera; pero, che, vos estás afuera; la barba te crece y el caminante se te aleja con otra levedad: la opacidad inerte de quien mira cómo los pasos están cada vez más lejos, pero que sigue despierto por la inexorabilidad de su cadencia. Tic tac tic tac. O sea: ya no son y 24. Tres carillas. 00.28. Bien. Ocho hojitas más.
Cigarrillo.

00.56

http://www.rae.es
Silogismo. Enter.
Era lo que pensaba.
Vergüencita.
¿Carillas? Vergüencita.
Cigarrillo.

01.04

Le gustó este paréntesis de Barthes: la ignorancia es precisamente esta incapacidad de deducir pasando por diferentes grados y de seguir largo tiempo un razonamiento.
Y esta cita: Una de las bellezas de un discurso consiste en estar lleno de sentido y dar ocasión al espíritu para formar un pensamiento más extenso de su expresión. No sabe de quién es.
Mate. Lavado.

01.16

Del otro lado de la mesa, se oyen tres estornudos:
-Salud, salud, salud.

01.32

Latín: argumentum a loco.
Nueve carillas.

01.57

Quintiliano: (...) jamás parece largo aquello cuyo término se anuncia.
Piensa, mente risueña, que para ser académico, el artículo está untado en bastante poesía. Luego: es desagradable no presentir nada, no ver el fin de nada.
Y una hermosa paradoja: (...) naturalis quiere decir, entonces, cultural; y artificialis quiere decir espontáneo, contingente, natural. (el correcto uso de los signos de puntuación es de él. Cigarrillo.)
Un artículo acerca de la tekhne rhetorike, cierto.

02.07

Por alguna razón, le agradó encontrar el concepto de habitus en el texto de Barthes. Por alguna razón, aún más esquiva, anotó la susodicha palabrita a un margen del apunte.

02.18

Mate helado. Cigarrillo. 18 carillas. La traducción parece hecha por un ucraniano recién llegado a Buenos Aires.
No es tan simple como parece hacer un racconto de las horas que quedan e intentar un ejercicio de raciocinio frío, económico, hilarante; apoyar las dos manos sobre la mesa, escuchar tu propia respiración y susurrarte a la boca del estómago que todo, con un poco de responsabilidad, sale, se termina de delinear, se pinta, se aprecia desde lejos y se termina por acariciar su superficie y disfrutar del suave tacto; de la caricia de las yemas de los dedos sobre la pintura recién seca, no. Aquel aparta los apuntes y estira los pies, sin saber que el resto de lo que importa en él se acaba de desatar y se aleja, arrullado por el aire y con su piolín danzando, último resabio del contraste que sufre el soñador de oficina al alejarse de todo eso que lo corre para tomar de nuevo ese piolín y atarlo, otra vez, como siempre, a la mesa. Otra reflexión metaforuda sobre los días, los meses, los años y los segundos, cada segundo. Y qué hacer con todo eso.
Un contraste, dos colores tan definitivos:

Dejarte llevar por la doble liviandad de un cuerpo exiguo, descuidado y tan sometido a lo onírico te da la altura para ver y lamentar que todo lo que te reclama allá abajo es áspero, ocre y fascinante; te permite asumir con sabor ambiguo que toda la distancia, el tiempo y el pedregullo de un camino difícil y curvo no son obstáculos duros de sortear, pero que la tibieza de alma con la que das el primer paso tiembla bajo la primer sombra; luego te confunde por el calor renovado de una fuerza que sabés conquistada; después logra estremecerte de desconcierto ante la llanura de una senda inesperadamente fácil; en las altas horas, te confiesa perseguido por el temor que da la sorpresiva reserva de un impulso desmesurado: sufrir el miedo y saborear la angustia ante una meta que ya nos sonríe una cercanía defintiva; pasar las horas quieto, parado, observando un fin con el mate lavado y frío, sacarse el sobretodo a mitad de camino, llevarlo en la mano, pesado; seguir negándose a comprobar que era eso lo que se escondía a mis espaldas y se hacía atisbar, burlón, por el rabillo del ojo; resignarse, ilusionarse con una bifurcación bajo un valle ahora tan anhelado, tan rogado; dejar las fuerzas en el camino, recordar esa liviandad que, de última, va a cesar y te va a devolver a la maquinaria de lo de siempre, de Comida China; alma tibia, ya despojada, empezar a caminar, cruzar la meta con los ojos cerrados, romper la cinta de llegada con el cuello para que se te anude de una vez a la garganta... una curva, un ciclo: el camino seguía, y te dejaba en el comienzo, nomás, con el calor de siempre; de nuevo allá arriba, de nuevo aparece la ciudad, de nuevo la carne, de nuevo la piedra... pero más ímpetu, más impulso para ya no caminar, sino deslizarte por la calle, por las esquinas, por todo lo que no es tu casa, por todo eso que alimenta una melancolía rica, que te gusta, te hace sonreír en silencio y tragar saliva pesada, que te hace sentir más vivo que nunca y que cada vez fortalece más tus alitas de pollo para poder subir y bajar, dar vueltas y marearse, hacer el mismo ciclo, una y otra vez, cada vez más fuerte, con más ganas, con más madurez, para poder al fin reirte a carcajadas sin importar que te miren raro, que se rían con vos o que solo te sonrían con el brillo de ojos comprensivos.

Así, sin puntos. De un tirón bien rumiado.
Pis.
Cigarrillo.

03.20

Le encanta la nueva recurrencia a aquella linda paradoja: ¿Cómo puede el sentido propio ser el sentido natural y el el sentido figurado el sentido original?
Dos renglones más abajo se siente bajo una lluvia de pétalos de rosa:
F. de Neufchateau: En la ciudad, en la corte, en los campos, en el mercado./La elocuencia del corazón por los tropos se exhala.

03.28

Finalizada la vigesimoprimera y última carilla. Alivio. Cierta satisfacción del deber cumplido.
Se para de la silla. La observa. Un semicírculo dorado queda al descubierto: Alfajor Havanna.

Plancha.
Morral.
Plata.
Dentífrico.

03.56

Alarma: 08.30.
Cama.
Cigarrillo.


miércoles, 11 de agosto de 2010

Trapos húmedos.

¡Hola! escuchás a tus espaldas y es entonces cuando el clima comienza a cambiar; la escena diaria se tiñe de vivos colores pero, siempre, sobre todo eso: sepia. Es tan fácil variar nuestro tono que terminamos sorprendidos cuando recordamos las vueltas, las cuatro paredes cerrándonos el paso, el tufillo a falso dilema que ahora ya nos apesta a absurdo. Después viene todo eso de lo que ya hablamos o soliloquiamos o escribimos. La elección lógica, entonces: suprimir, ¿Para qué volver sobre lo mismo? Resultado: nada. Vacío. No vamos a caer en otra falsa disyuntiva entre la monótona repetición y el vacío preocupante; la respuesta es lateral, la misma que a este otro interrogante: ¿Nos vale la falacia de apelar a la lógica en esta olla, acá donde estamos palideciendo tan rápido, por solo unos segundos más sin evaporarnos? ¿Vale ensuciar nuestros trapos, marcados con nuestras manitos y algunos piecitos desnudos, con tanta geometría, tanta matemática fatal? La lógica que tanto nos falta, de la que tanto renegamos y que tanto necesitamos mete la cola. La respuesta no es un bálsamo, es uña. Uña sucia, crecida, dolorosa. Lo suficiente como para que puedas trepar y tomar aire para volver a caer a la olla y volver a estirarte el cuello de la camisa y decir "Qué lindo, qué oscuro, qué triste" y reir solo y sentirte a gusto, hasta que sientas que es demasiado, que tenés que parar. Sentido común: es suficiente. Sentido común: te devoraste las palabras y solo queda cáscara, corteza babeada, revuelta y rumiada. Sentido común: no sé cómo pero, en algún momento, todos nos vamos a dar cuenta de que el vacío duele desde la frase vacía, el intercambio rutinario, el diálogo de memoria y no pesa en los silencios ni en la saciedad de expresión en solo una ceja levantada o un suave movimiento de la comisura del labio. Si no queremos. Si lo desenmascaramos. Si asumimos con alegría melancólica que es él quien nos empuja a la olla aunque no la tape para que podamos ver y desear las estrellas. Pero sin evaporarnos.
Amanece.

domingo, 18 de julio de 2010

Goteras.

Es una presión suave, un latido apenas perceptible. Es el polo gravitatorio que se confunde con la pesadez de una mañana helada. Es el sopor parecido al de los ojos que acaban de abrirse; al dolor que abruma por el primer sol del día. Pero es saber mucho más que eso: es estar avispado. Es saber sublimar.
No es perder el sueño ni tomarme de las mechas con inquietud. No. Es buscar las ideas; es la necesidad de exteriorizar esa energía que hace eco dentro de mí. Que ahora reposa.
Pero que late.
Es poder ceder a un mandato interno; es superar el miedo al orgullo, a hacer bocina con las manos y gritar que acá estoy, ¡Que todavía estoy! Es saber cuándo gritar que estoy y cuándo llamarme a silencio. Es saber que solo se trata de presionar un botón. Pero tener siempre implícito que no me será necesario.
Es algo que me pica, algo de lo que me acuerdo cuando tengo la libertad de trabajar mi cabeza a mil por el mero placer de hacer chispear mis neuronas porque sí; porque de nada sirve, porque quiero; porque mi cabeza se me antoja la cabeza de un fósforo, que quiero encender para que todos vean mi pálido destello antes de apagarse y volver a la mera rotación de palanca; a mantener el ritmo de una marea somnolienta.
A gotear.
A gotear para siga goteando. A gotear para que la fina película de agua se siga moviendo.
A gotear para no levantar la perdiz.
A gotear despacito para poder ver el fondo y constatar que el latido persiste y entibia el agua. Para saber que puedo pisar, que puedo sentarme, acostarme, cruzarme de piernas y apoyar mi nuca sobre mis manos; sobre ese suelo de vivos colores. Para dormir al calor de su pulso. Para cerrar los ojos y saber que todo va a seguir, que el timón lo tengo yo y la velocidad, el ritmo, el tenor y la dirección no me van a fallar.
Es saber encontrarle la medida justa al malestar mentiroso; es saber que sigo pisando, que la marea no me mueve; que puedo contestar con una sonrisa sincera al grito pelado de una infelicidad tan ponzoñosa, tan distinta a la mía. Es darme cuenta de que solo yo puedo moverme de mi lugar, que tanto la declaración de guerra como la tregua final están en mis manos.
Es querer mirar a los ojos sin levantar la cabeza. Ni agacharla.
No sé si tengo la capacidad de cumplir con alguno de estos mandatos de un orgullo que se me hace esquivo. Hacía bastante que no escribía; que quería hacerlo, que no tenía ideas. Que no las tengo.
Entonces, recurrí a expresar esto durante las líneas precedentes.
Astuta salida, ¿Ha visto?

domingo, 20 de junio de 2010

Perdido

Creo que te debo una. Entiendo tu estar rezagado cuando las imágenes son más rápidas que los ojos y solo te queda ver lo que no podés entender, para darte cuenta de lo parado que estás... ¡Cómo no ponerme en tu lugar! Tu traje me muestra colillas de pucho, polvo de ratón: demasiados soles pasaron por tu cabeza. Pero dejame decirte que no estás tan mal... solo basta abrir un poquito los ojos para cerrarlos con dolor, pero un dolor físico; tantas cosas te negás a ver, y tan bien que hacés. ¿Querés una metáfora? Una sombra. ¿Querés más? La sombra que te enfría, te envuelve en frío ostracismo. ¿Querés ver más? Lo tenés en frente: es la sombra de toda la estructura que vos mismo levantaste, tan débil, desmoronándose sobre vos. Es la frialdad que tanto duele, es la mirada con desdén, el saludo de compromiso, la vuelta de cara. Tan malos ellos, pero... ¡Tanto te advierten! ¿Cómo no terminar aceptando un cliché mal recordado, una frase mal dicha? ¿Cómo no terminar aceptando que la sombra que se te viene encima es una capa de resina pegajosa, dos centímetros de cemento que tanto asfixian tus poros como te insensibilizan del golpe para el que tanto te preparaste? Ahora estás parado adelante. Yo estoy con vos. Estas como frente a un pelotón de fusilamiento. Yo estoy con vos. Sos un fusilado sin venda en los ojos, un espectador despierto; un voluntario sin ganas de irse sin nada. Yo estoy con vos. El esqueleto te pesa y yo estoy para tenerte del brazo. La sombra se hace más grande, lo cubre todo; pero ¿Qué importa, si hace tanto te terminó de cubrir entero? ¿Qué importa todo lo que te rodea, la vereda, los árboles, la calle, los autos, todo lo demás, si sos tan minúsculo que esa sombra ya te bañó entero en el primer suspiro? Yo sigo estando ahí. Tu propia maquinación está cayendo encima tuyo, haciendo ruido de fierros oxidados, de tornillos saltando, de bulones disparados. Y yo estoy con vos. No te preocupes: yo siento el suelo debajo de mis pies. Vos olvidate: el frío me castiga, mis ojos se irritan, el rechazo me duele, la indiferencia me mata de a poco. Vos quedate tranquilo, la vida me duele como a vos, como a todos. Solo sabé que no es ningún bautismo de fuego, ninguna ruptura de ningún carácter neófito de ningún ritual de ningún aspecto de ninguna existencia. Yo estoy ahí para decirte que sí, ¡existís! Yo te noto, yo te veo. Tu pesar me repercute, tu entusiasmo me entumece, tu seguridad contagia. Estamos parados sobre el mismo suelo; empequeñecidos frente al mismo cielo; condenados a la misma incertidumbre. No te pierdas, porque es imposible. Estamos en el mismo entuerto; no hay laberinto, peor: hay una llanura demasiado extensa. No hay paredes que nos contengan. Lo que nos pierde es algo mucho más desolador: la infinitud de un camino sin marcas, de una ruta sin dirección: el llano absoluto, la senda sin marcas, el mundo eterno, el vacío tan desesperante como sólido. El comodín mundano, per se.
Pero yo estoy.

lunes, 31 de mayo de 2010

¡Sonrisa de paria!

Andrecito camina a gusto por Cabildo. Hace frío, pero su sweater gris con rayas verticales azules y esa bufanda hippona que le enrolla el cuello como yarará fumona no solo lo resguardan de la crudeza tibia y ciclotímica de un invierno porteño cualquiera, sino que parecen sentarle bien. Así se siente el muchachete; por una vez dominado por la soberbia que sabe de cartón pintado de colores, jodona, como si su ego se hubiera trepado a la punta del Obelisco de pan dulce de Minujín y, desde ahí arriba, los mirara a todos y se riera con ellos de su propia visión y de que, de un momento a otro, caería con boludona apatía al asfalto que ya es tan de sus pies; de sus All Star rojas caminando entre pedazos del pan dulce que él mismo terminó desperdigando por el piso, por el propio peso de su mentira blanca. Y sí: Andrecito es la mentira blanca de Cabildo y Monroe: se siente fichado por farolazos verde imposible; besado por labios finos, brillantes y perdidos en la bruma onírica que brota de esa distancia y ese anonimato; ve jopos almidonados con shampoo elegido obsesivamente y para él, proyecta corazones acelerados, como queriendo hacerse notar en el relieve de conjuntos enterizos simil pantalla de lámpara de pie tan Belgrano que él dice: "Te lo cambiaría por un kimono, pero estás buena igual; guiño guiño. Lo sé, lo sé. Palabras que no saldrán de mi boca porque ya dan vueltas por tu cabeza y se pierden en tu jopo. Y porque no me animo ni en pedo: te-parto".
Todo eso ya pasó. Pero el péndex, esa tarde, las hubiera sobrado a todas a fuerza de barrio, de calles sucias de mugre y de migas de pan dulce; callejones de vecindario tan pateados y pateados por las All Stars rojas que, fijate vos: en el fondo, no se sentían tan a gusto sobre las passarellas cabilderas.
Andrés entró a la rockería y salió de ella con una bolsa que ya le arrebataba las razones para seguir yirando por Belgrano y, a su vez, le daba al flaco los gramos de algodón y polietileno de más para que el Obelisco de pan dulce empiece a oscilar... y ya, a esa altura (en sentido estricto, en sentido figurado) de la tarde ya recrudecida por las horas, el viento frío que le daba de lleno en la cara mientras esperaba el 59 era, realmente, el vientito de la caída a ese asfalto tan suyo, de esa caída a una realidad amortiguada por pan agridulce. Chau mentira blanca, que sigas así de bien. En serio.
Un par de esos faroles lo vio subir al colectivo, tardó menos en olvidarlo que en decirse que no era nada especial y siguió caminando.

domingo, 2 de mayo de 2010

Acordes de fondo

Una forma de comenzar: "voy a aprovechar un poco del tiempo que, irresponsablemente, libré a su suerte; vulnerable a la esterilidad progresiva y creciente: minuto a minuto." Poner la mente en blanco es imposible, es tratar de darle espacio a lo que te tiene que importar -y, sin embargo, no puede dejar de parecerte estéril- y dejar en un rincón del subconciente todo eso por lo que aprendés a contar los días, las horas y hasta los minutos; todo lo que te hace dar vueltas nerviosas frente a una puerta cerrada, lo que te hace estirar el cuello y mirar a ambos lados de la calle. Lo que te aprieta, lo que te angustia y lo que te llena de vida. Y hacés el esfuerzo por liberarte de todo eso que, paradójicamente, te da tanta libertad sin darte cuenta de que -es fatal- lo que no te importa nunca te va a llenar, lo que te mantiene vivo no te va a dejar vivir, lo que te tiene en pie no te dejará avanzar... y todo esto, sin querer darte cuenta. Hoy necesito encontrar mi eje, la recta al horizonte me pide cosas imposibles; lo que está más adelante me exige que no le dé importancia a esas horas subterráneas, a esos pasadizos andrajosos, a esos ojos tristes, a esa boca apretada como un puño, a todo lo que encierra esa frágil figura que tanta libertad me da ver; a su ausencia, que tanto me duele cuando no la espero; a todas las preguntas que quisiera hacerle, a todas las sonrisas que quisiera sacarle pára iluminar ese rostro tan melancólico, tan armónico, tan atrapante; a todo lo demás. Ahora saben de qué estoy hablando y tambien el porqué de ese pesar que provoca el saberse lleno de actividad cuando las horas que antes eran subterráneas, clandestinas, hoy están muertas y solo queda resignarse a esperar. Todo lo que tengo, este domingo y los que vengan, no me basta. Todo lo que me rodea en un día como éste solo me hace adolecer más y más de todo lo que falta y todo lo que se me resbaló de las manos y todos los colectivos que corrí y que se me fueron y todo por lo que habrá que esperar y empezar, de nuevo, a contar: los días, las horas, los minutos.
Cuando aprenda a saltar este pequeño mojón, voy a salir, el sol nos va a encandilar y vamos a mirar con más ganas al parque, que siempre está.