La noche quema hostilidad cuando uno es arrancado del colchón para sentir su soledad sucia y responsable de un silencio que despierta más suspicacia que tranquilidad. Aprovecho este momento para estampar una desmentida categórica para aquel que escuche mi versión y piense que el filosolfeo es una improvisada constante en mis períodos de lucidez. Solo aclaro, y lo voy a decir en criollo, que estaba cuasi dormido momentos antes de que un timbrazo retumbara en mi cabeza; que mi cráneo fue, esos segundos de madrugada, una campana de ring, ametrallada por un gatillito, para hacerme saber que otra batalla, más violenta que las que se ven por Combate Space, había terminado. No lo sabía, pero definitivamente: la mía contra el concilio de una soledad oscura y una mente con muchas revoluciones por agotar, como casi siempre. Ahora estaba vestido, ya no recordaba cómo, y arrastrado por la calle por una mano finita, por una inquietud deslumbrante… por una mujer que decidió que, si dejaba morir aquel día en una vuelta y media de aguja petisa de reloj de pared, el crepúsculo lo iba a sentir más profundamente que cuando sus pupilas se dilataran. Y tuve medio minuto de una lucidez para mí asombrosa cuando pensé en eso. No estaba medio dormido cuando la admiré por esa actitud: al fin y al cabo, salió de la fatalidad de un final cotidiano para salvarnos a los dos. La emoción ambigua de saberme despojado de una rutina a la sombra de la cual me sentía protegido me hizo dar cuenta de que esa sombra no era un reparo protector, sino un reflejo de seguridad sombría: la sombra bajo la cual se arroja quien tiene miedo de mutar su día-a-día-bomba-de-tiempo en un día-a-ciegas-quizás-al-borde-de-cierto-abismo. Parecía adormilado, pero yo caminaba, casi corría, casi a su ritmo. Me dejaba llevar por su mano, por su ansiedad, me dejaba eyectar de mi vida segura porque con ella y su ansiedad, sus ganas de vivir, de cruzar la raya tras la cual vivir, vivir en el sentido que siempre me obnubiló, suponía una transgresión contra la vida de quienes no nos veían porque estaban amparados en esa sombra… me sentía seguro, en el pleno sentido de la palabra. Estaba a salvo corriendo tras ella por las calles vacías, escuchando todo, todo lo que me decía. Ella hablaba. Y yo la escuchaba. No, no estaba dormido. Estaba más despierto que nunca.
-Si. Yo te sigo. A donde sea. No tengo elección porque no quiero otra cosa. Pero… ¿A dónde vamos?
4 comentarios:
No sé que aportar, me duele la panza.
No se que aportar,no me duele la panza.
jotace
Posteo solo para ver la hora en que sale.
Es cualquiera la hora.
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