lunes, 28 de diciembre de 2009

Brisa (N.D.M. 0.).


00:05



De: Cande (candebisrtyds_84@gmail.com)
Para: Mariel Gimenez (marielgimenez198@artear.com.ar)
Asunto: RE: (sin asunto)

si, s como vos decís pero a mi en este momento no me importa. yo no puedo ndormir a-ho-ra. nos vemos mañana, si es que voy, porque tengo la cabeza a mil y un tequila aca que me esta guiñando el ojo desde que llegue a casa.

beso

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00:39


Un arrollado de vísceras pegajoso. Un zumbido porfiado, casi una afrenta a profanar una turbia, oscura, silenciosa y tensa calma. No. No hay que quebrar. Mucha violencia, un cambio que da mido y fiaca. Nada. Agujeritos. Ranuritas regulares, en fila, marchando, salpicando la pared. Alguien podría, tranquilamente, ser acribillado contra esa pared. Y no pasaría nada. Porque parece que nada repercute en nada. Parece que, no importa que suceda, si se deja un kilo de carne picada en el balcón, se va a pudrir en silencio y a nadie le va a molestar el olor y ni siquiera las moscas irán a rapiñarlo con asquerosa avidez. Pero que pase. Todo con tal de dejar de ser tiroteado por esas ranuritas, por dejar de tener el presentimiento de que esos zumbidos molestos son balas que rasuran la sien y dejan a uno la sensación de que, de quedarse quieto, el próximo proyectil va a dar de lleno y ahí será tarde para moverse. Que pase. Que algo cambie. Un arrollado pudriéndose al sol, pero que sigue en el mismo estado de putrefacción; que no avanza, que nunca se llena de gusanos ni se convierte en humus ni nunca va a servir de abono para una situación posterior que nunca va a llegar. Pudriéndose al sol. Los ojos se cierran con fuerza, por eso no se ve el sol, sino una opresiva sábana negra que envuelve entero a uno y tambien le envuelve los ojos como a una docena de huevos. Calor. Hace mucho calor. Solo el calor está sucediendo. El calor y ese zumbido. Y las ranuras. Y el telón negro, como coronando una macabra emboscada, como una metáfora cínica. Putrefacta. Por ahí hay sol y uno no se da cuenta. Plena noche soleada. 00:55.

Candela sacó una pierna desnuda de la maraña de sábanas. Brisa.

Le gustó.

Sacó el rostro, como quien lo sumerge en un fuentón de agua, o como quien lo saca después de aguantar la respiración por treinta segundos. Abrió los ojos y vio que no era para tanto. Para qué emperrarse en dormir: la noche estaba soleada.
Se vistió rápido, manoteó monedas del cajón de la mesita de luz y salió.
Y el tequila quedó de garpe.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Ni dos morlacos. I.


1:50


Tratar de deducir qué corno le pasa a la gente es una buena manera de gambetear las preguntas que uno se termina haciendo cuando no le pasa absolutamente nada. Esta chica, por ejemplo. Esta mina está re-nerviosa. Bajó oscilante y, si no fuera por la terrible frenada que pegó el bondi, diría que anda con una sbornia más o menos. Pasó por mi lado a pasito ligero y me lanzó una mirada algo así. En ese tercio de segundo que cruzamos miradas vi, en su rostro, un miedito madurado por bastante horas de remolino mental. Ahora, parada delante de un portero eléctrico: ¿Qué hace? Pareciera no decidirse a llamar...

¿Y será que no me pasa nada? ¿Estar sentado en la puerta de un zaguán de un barrio que no es el de uno, tan entrada esta noche, será de verdad un síntoma de que no pasa nada? ¿No se parece a una lucha contra cierta resignación? ¿A qué no me querré resignar?
Si decidiera dejar de fumar, sería solo porque odio tener que pararme para sacar un puto pucho del bolsillo del pantalón. Ahora la mina se da vuelta y me mira fijo. Ahora sí la estoy inquietando. No me saca los ojos de encima ni para tocar una, dos, tres veces el portero eléctrico. Mejor me las pico. No vaya a ser cosa que...

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"...el coche fúnebre sale. Distingo a alguien vestido de negro. Llevaba un sombrero enorme, negro. Como de mariachi. Negro. Solemnes pero enardecidos aplausos ganan la noche. El cortejo se despide; "¡Bravo! ¡Bravo!" arengan al coche fúnebre, que se va..."

Despertó con el angustioso alivio de saber que fue un sueño. Luego, el sobresalto lo agarró en plena rememoración onírica (alma torturada: el guaso): siempre que se daba cuenta de que no era la alarma del reloj lo que lo había despertado, se enredaba entre las sábanas buscando a tientas la mesita de luz para ver si se había quedado dormido (¡Dios nos libre!); si tendría que llamar a la oficina para excusarse, con el tubo atenazado entre una oreja y un hombro sudado, las manos vistiéndolo a las apuradas. Cuántas veces se habrá visto en ese cuadro: putearse en voz baja a las 10, 11 de la matina... de un domingo. Y cuando caía, se desplomaba en el colchón y lo embargaba un alivio más narcótico, el que significaba no llegar tarde a ningún lado y el que te abre la ventana a un par de horas más de sueño. Un grueso par más.

Esta vez era martes.

Desorientado, palpó la pared y se dio vuelta. Los números rojos, digitales, agrietaban la espesura de la noche:

01:47


Ensayó una sonrisa invisible, se acurrucó en posición fetal y cerró los ojos. Su última resaca de realidad fue la bruta frenada de un colectivo, decenas de metros allá abajo. Tan lejos.

"A Vane la esclavizaron unos chinos, en Brasil. Todo comenzó con un extraño procedimiento que siguió con su celular y que, supuestamente, la beneficiaría. Vaya uno a saber por qué. Cómo. En lugar de eso, quedó atada de pies y manos, trabajando y siendo explotada por esos chinos. En Brasil. Yo, indignadísimo. Como nunca antes en mi vida. A mis viejos les..."

¡RING!... ¡RING! ¡RING!

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8:34


-Voy a apurar el cortado porque lo que viene es largo y se me va a cagar enfriando. Mirá, lo de anoche fue... no sé, surrealista. No sé si es porque el cansancio me hace recordar todo como si hubiera sido un sueño o como si lo hubiera visto a través de los ojos de otro. Pero que pasó, pasó. ¿Nunca te pasó eso? Tipo, encontrarte a la mañana, haciendo memoria de todo lo que viviste la noche anterior y encontrar todo eso tan lejano, como con una nostalgia rara. Como si... como cuando se te terminan las vacaciones. Ahí está. Esa es la analogía perfecta: se te terminan las vacaciones y estás de nuevo en Capital y empezás a añorar toda la garufa de la costa... la joda, la playa... todo. Y ahora estás en tu casa, desarmando la valija y preparándote mentalmente para volver a laburar en horitas. ¿Viste? Bueno, ahora medio que me siento un toque así. Un bajón, entro a la ofi a las diez y no dormí una mierda. Y creo que lo de vivir la transición de la noche a la mañana, o sea, eso de que amanezca delante tuyo... no sé, en buena medida, ayuda a que ahora esté así... y bueno, la cosa empezó, más o menos, así:

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Lugares conocidos

Por Osvaldo Beker

Hace dos viernes, a eso de las siete de la tarde, en la entrada de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, vi personalmente al antropólogo francés Marc Augé, pensador que ha pasado a tener gran renombre a partir de su idea de "los no lugares" (espacios, como los hoteles y los aeropuertos, suspendedores de la identidad del hombre perteneciente al primer mundo). El famoso ensayista descendió de un taxi, acompañado por un elegante séquito, y tuvo que vencer los mentados obstáculos hasta acomodarse en la silla principal de una gigantesca aula, en donde varios centenares de personas disfrutaron de sus tesis engalanadas con un exquisito francés.

¿Algunos de esos obstáculos?: La mugre que invade los pisos y las paredes de esa "alta casa de estudios", un sinfín de carteles y papeles que rompen la armonía edilicia; un ascensor viejo y sucio que tarda más que un colectivo suburbano; hediondos vendedores de artesanías, morrales, bicicletitas de alambre, pan relleno con quesos y otras sospechosas sustancias; niños sucios y mal comidos que piden una moneda de peso; intrigantes estudiantes representantes de lo que llamo la onda "y rasguña las piedras" a juzgar por sus vestimentas típicas de los sesentas; porteros y personal de maestranza que se creen los dueños de la universidad.

Un paisaje similar puede ser visto en nuestra Facultad de Ciencias Sociales. ¿Por qué los integrantes del Centro de Estudiantes se empecinan en resemantizar el concepto de "carteleras"? De hecho, parecería que la regla, ahora, es ignorarlas y, por ende, diseñar una asquerosa pegatina de papeluchos en las paredes recién pintadas por lo que en poco tiempo se llega a contemplar un palimpsesto novedoso y repugnante. ¿Por qué se permite la entrada de esos vendedores y de esos niños carenciados a nuestra "segunda casa"? ¿Y de esos mendigos, munidos de mentirosas autorizaciones, que interrumpen una clase universitaria? He aquí el escándalo semiótico: no se puede permitir la entrada de estos personajes (en el ámbito de la formación de profesionales) aunque, a su vez, tampoco se puede emplear la indiferencia ya que hacerlo indicaría una mera contradicción en "Ciencias Sociales". ¿Qué hacer?

Supongo que la respuesta está en cada uno de los integrantes de la comunidad universitaria. Tratar la facultad como si fuera la casa propia, cuidarla y, fundamentalmente, exigir a los referentes (especialmente al centro de estudiantes) que comiencen de una buena vez a respetar el lugar de todos. De esa manera, ya no habría sentido para el humor de un amigo mío en ocasión de la visita de Augé a la sede de Puán: "No debe estar pensando en los no-lugares; sencillamente debe estar diciendo que '¡este lugar no existe...!'".