viernes, 19 de marzo de 2010

Roger that!

¡Dejá de reirte cada vez que digo que no puedo seguirte el paso! Dejá de aparentar esa humildad neófita que no es más que otra muestra de tu inequívoca capacidad de proyectarme tus falsos síntomas. ¡Rayos y centellas! No hagas de cuenta que es culpa mía el quedarme atrás con la tibia excusa de poderte ver completa para consumir el largo folklore de un baile que me deja sentado para decir basta y quedarme atontado para rendirme a tu despliegue. Los demás se hacen los giles, pero yo tengo las cartas en la mano, tengo una mano floja y no hay forma de mentirte; pero te digo:

-Esperá que termine la mano. Dejá que sacuda estas cartas y ya estoy con vos.

Pero vos me miras de reojo, porque sabés que me podés, y ya adivino que te das cuenta de que tengo tres cuatros y, por más que agite mi esqueleto y sonría despreocupado, la falsa pedantería me falsea y quedo en evidencia, detrás de un banquillo de espectador para ver como tu displicencia es verdadera; como el tiempo te sobra y cuanto más me comen los minutos más tranquilamente podés cruzarte de esas piernas que también me pueden y apoyar el mentón sobre tu mano fina, que tampoco puedo dejar de mirar, y decirme, con todo el tiempo del mundo:

-No mientas, no tenés nada. Ahora juego yo.

¡Basta!¡Me voy, rumbo a la puerta! Pero como soy un muchacho educado…

-Bueno, me las pico dijo perico.

-¿Ya?

-Y sí… se me hizo re tarde.

Pero sé que la noche no termina ahí. Me diste un milimetro que, sospecho, sabrás que es un escalón al que me voy a subir y ya de ahí no me sacás hasta que ambos decidamos que es hora de subir otro peldaño, y otro más… despacio, otro más… hasta mirarte a los ojos de frente y nuestros rostros estén ya tan cerca que no puedas volver atrás. Ahora me toca a mí. Jugá tranquila, yo te muestro mis cartas, mirá que bueno, qué muchacho educado soy…

Terminé el ensayo.

Ahora empieza el partido de verdad.

sábado, 6 de marzo de 2010

Tardes

Es cierto que me parece mentira verte así. Qué pasará cuando caiga en la cuenta de que, en algún momento va a ser demasiado tarde. Verte tan cándida me paraliza como a toda esa gente que disfruta su carnaval sin darse cuenta de que, en realidad, están rígidos; fisuras maltrechos, anestesiados de bienestar sin saber que el calor es para ellos y, qué pena, se les va. Yo estoy inmóvil y el goce que me embriaga me distrae de la fatalidad de perderme cada minuto de vos y me va subsumiendo en el otro destino: ese del cual me doy cuenta cuando me doy un palmazo en la frente y me grito que ya no estás acá y que no fui suficiente cuando tuve el color y la irreverencia de robarte un rato más para mostrarte mis tonos. Pero ahora, en cambio, estoy viviendo de un mambo narcótico, un ritmo que me aleja de vos minuto a minuto, cuadra por cuadra, y lo estúpido es que no quiero otra cosa; pero, a la vez, no; no quiero despertarme y saber, a destiempo, que nuestra intimidad me está alejando cada vez más de vos. Quiero caer, quiero caer en la cuenta y salir a buscarte por donde sea, quiero encontrarte en cualquier esquina y enlazarte. Quiero mentir un carisma y, aunque sea, dejarte un resabio del brillo de mi inmadurez cuando coincidimos en un mismo lugar. Quiero hacerte reir, quiero que pienses que lo que estamos viviendo es irreal, absurdo. Alucino con darme vuelta con vos, con arruinarme por completo y advertir que lo único que me sigue uniendo a la realidad sea el contacto de mi cabeza con tu regazo y que la única señal de vida mundana que te susurre la mañana de domingo sea ese perdido que descansa entre tus piernas. Quiero que pienses que soy un pelotudo, que estoy loco, pero que no encuentres razón para irte y prometiéndome una cerveza algún día para sacarme de encima; que te preguntes por qué no podes volver a tu casa y dormir, dejarme tirado, que soy grande y me sé cuidar. Sueño con que nos demos cuenta al unísono de que el Bajo de madrugada no sería tan pero tan reconfortante, que el cansancio y la resaca no serían tan sobrellevables si no escucháramos al lumpen de la vida, al lado de cada uno, hablando idioteces en un estado lamentable. Quiero que lleguemos al punto de no poder asociar el escape de la realidad sonrisa de telgopor con otras cosas que no sean tus ganas de seguir caminando, mi parlamento de ebrio gratuito, tu mirada perdida pero tan totalitaria con mi alma, mi chispa que no se resigna a apagarse en la noche. Quiero que pasemos horas en un escalón sin siquiera sospechar del acecho de un aburrimiento que tantas vidas se carga tan cerca nuestro, tantos misiles retumbando tan cerca nuestro y nosotros como si nada. Quiero hacerme el poeta cursi e improvisarte una murga despechada que rezongue:

Ay, que tiempo renegado!

Que a este tonto hace a un lado

Sin dejarle la ocasión!

Ay, que puedan, emociones!

darle un puño a sus temblores

y embarrarse en tu canción!



Y, cuando imagino tus risotadas, la chispa loca me da hipo y me quedo fantaseando con esperar que cedas, tan solo un milímetro, para que mi carretel gire y gire y que mi paroxismo no te deje dejar de verme y escucharme y algo, que cuando sepas qué es ya sea demasiado tarde para volver atrás, te haga pensar que algo tengo para estar ahí y que el magnetismo te drogue y que ya no quieras otra cosa que esperar mi última rima borrosa.

martes, 2 de marzo de 2010

La rosa clarito

Es ahora cuando elijo entornar la puerta. Todavía no me decido, todavía me supera la disyuntiva de admitir que da un poco de miedo abrir del todo la puerta para ver bien lo que me espera o conceder que la música suena muy fuerte para ordenar mis pensamientos. En todo caso, la situación no muta de hora en hora. Frases lapidarias, paredes que me lo cantan bien clarito: aun estoy apostado tras la puerta. Y la música me arde. Esta armonía me moviliza, me siento más fuerte que una decisión sellada a puño contra la barra, más espeso e impreciso que el alcohol, más silenciosamente determinante que el tabaco. Hoy estoy movilizado y me siento adentro de un flipper, tanto cuarto me queda chico. ¿Dónde está? La respuesta está tan dentro de mí, que escarbar para leerla puede ser fatal. Y la música me reta, no acepta reverberar, rebotar como flipper en una pieza tan chiquita. Son notas, voces y palabras que me toman por asalto y me hacen pulsear contra mis propias manos y mi lucidez para que su elocuencia no brote de mí y me convierta en una figurita trucha y repetida. Pero resisto, obcecado, y me apuesto contra la puerta, como si algo allá afuera estuviera esperando una imprudencia disonante y me llamara con sus dedos para que yo termine de perder la cabeza y salga a jugar mis cinco centavos por nada. No sirve de nada, su rostro fruncido no me intimida, porque la pulseada más sudorosa y venosa se está librando más cerca de lo que yo puedo ver. Entonces me resigno a no recibir respuesta a tanto llamado solapado y descubro que, al final, no hay molinos de viento ni obeliscos de papel: tanta fragilidad termina por volverse irreal, cada cosa está en su lugar y la incertidumbre es la de siempre y no me inquieta ni mínimamente. ¡Cuánto corte de manga, cuántos manotazos sin sentido! Todo está como antes, como siempre. La música ya no me aturde, ella choca conmigo con fiereza, buscando una respuesta de sonar, pero después de un rato de hondazos cae en la cuenta de que lo repetitivo no es un límite, sino que transmuta en una cinta plástica ya cortada, una inauguración a la que siempre va a llegar tarde. Ese límite lo pasé hace rato, bacán; te conozco de memoria y sé que sabés que tus emociones son tan mías que, de prescindirme, no serías más que un puñado de papel picado tirado a un palier vacío, discurso con tanto eco que no se distingue ni a sí mismo y que deja en evidencia la ausencia de vida que tanto lo llena y a la vez priva de sentido, de calidez. Ahí estoy yo, insolente, que me tocó tantas veces y lo jugué tantas veces que no sé que hacer con una carta tan icónica pero con tan poco valor. Fuiste, te saqué la ficha y ahora el que va a juntar polvo en el fichero sos vos. Yo, entretanto, cuidándome de tanto sonar y tanta corriente brava. También me equivoqué: qué bien me haría. Pero ya fue, ahora estás unos pasos atrás y no te puedo ver. Sentate en un escalón y espera un guiño de coté que te haga ilusionar con una vuelta a la manzana y todo de nuevo. Mientras, que tengas éxitos en tu baldosa y en el aire, Capone.