lunes, 24 de agosto de 2009

Flores

El florero era horrendo. Pero, como no es habitual que un perro le haga regalos a su dueño, decidió exhibirlo, orgulloso, en el último estante del aparador. De Caoba. Añejo. Qué tantas sonrisas de soberbia satisfacción le brindó, ante la atónita admiración de las decenas de conocidos que, otrora -ya no-, moraban su cómodo chalet de tejas blancas.
Parado en el banquito -era un estante tan aaaalto y tan último-, con la punta de la lengua asomando apenas por la comisura derecha de sus labios, alzó la pieza de vulgar estampado floral por sobre su cabeza. Quien lo viera acaso recordara a algún pope de algún deporte alzando, desde algún podio de cuatro patas y con alguna sensación de gloria, algún trofeo de algún importantísimo torneo. Esa imagen, entre cómica y patética, daba en ese momento. Parado sobre un banquito. Alzando el florero. Horrendo. Arrimándolo a un estante. Al último. Una distracción podría terminar con un ¡Crash! y pedazos de porcelana -burdamente floreada- por doquier. Solo bastaba una dispersión mínima, nimia, una pelusa de panadero rozando la punta de la nariz, una pestaña en el ojo, el alarido monofónico de un celular a sus espaldas.
Una gota de sudor por la sien.
Se sorprendió demasiado absorto, demasiado a una demasiado palpitante expectativa. Se anonadó al darse cuenta de que estaba emprendiendo un ridículo via crucis en pos de un resultado que quizá no desviara mas que unos minutos de tierna apreciación para luego sacudir la cabeza y seguir buscando, adentro, eso que no encontraba, que hacía tiempo no encontraba; que por ahí jamás había tenido, que seguramente ya era tarde para buscar, para palparse el bolsillo de la camisa y por algún lado estaba, estoy seguro de haberlo visto alguna vez pero el via crucis terminó y hacía rato que no me sentía así pero terminó. Su pulso se aceleró pero el florero (feeeeo) no se estremeció. Pero se asustó, en serio se asustó, lo cacheteó el pavorrrrrrr cuando se sintió ceder a un entusiasmo que ya no encontraba en el balcón, en su teléfono, en sus bares, en ellos, en ella (taaan ausente...), en esa (taan lejos...), en el maldito aparador (de caoba, añejo), en nada que no le fuera perturbadoramente ajeno. Terror, terror le daba estar tan seguro de que esa chispa iba a ser esa sombra que vemos por el rabillo del ojo pero que no está -¡no hay nada ahí!-, ese nombre que tenemos, sin saborearlo, en la punta de la lengua, que pasa por una décima de segundo y ya está y vos que decís el nombre que yo no recordaba y entonces el nombre es tuyo, yo solo puedo verlo salir de tu boca una y otra vez y vos sabés lo que se siente y yo no, y no voy a saberlo nunca porque ya te acordaste, ya lo pronunciaste y yo no y por qué a mi no y no fue una distracción. Pero pelos de la nuca erizados.
Algo cae. Más vertical que nunca. Pronto a hacerse añicos. Contra el suelo. Flores, flores, florcitas falsas, irreales, en porcelana, decenas de dibujitos de flores. Flores que nunca fueron flores. Feas. Esparciéndose por el suelo, en trozos de porcelana blanca.
Se refregó los ojos, llorosos, con una mano.
En la otra brillaba -entero, inmaculado, horrendo- el florero.

viernes, 7 de agosto de 2009

Parodia de tercera generación

Scary Movie 3 - No hay dos sin tres, de David Zucker

por Osvaldo Beker


El concepto de intertextualidad, introducido por la semióloga búlgara Julia Kristeva en los años sesenta a partir de los estudios del ruso Mijail Bajtín sobre polifonía, se convirtió en las últimas décadas en una categoría insoslayable a la hora de efectuar un acercamiento de carácter analítico a un producto textual. Puede darse el caso eventual de que un texto aluda a otro u otros en algún aspecto, que los revise o, al menos, que los mencione. ¿Pero de qué manera establecer los cruces intertextuales si no se cuenta con una avezada experiencia o una constante ejercitación mnémica? Definitivamente, un aspecto de azar juega aquí también un rol preponderante en la medida en que la búsqueda del texto primigenio y su probable hallazgo dependen más bien de la posibilidad de haberlo abordado o no de modo tal que la captación del sentido se lleve a cabo satisfactoriamente en el momento de acceder al texto segundo.

Scary Movie 3 - No hay dos sin tres evidencia procesos intertextuales en más de un nivel, se apoya en ellos como film de un modo que podríamos calificar de exclusivo. En primer lugar, el lector no ignorará (o el mismo título se lo recordaría indefectiblemente) que la película tiene ya dos versiones anteriores, que parten de las mismas premisas, las de una parodia del cine de terror. En este sentido, y al igual que sus antecesoras, Scary Movie 3 remite a películas del género citado, remisión que tiende a homogeneizar su relato; en este caso son esencialmente dos: La llamada y Señales. El avance irregular y veloz del relato se apoya en un sinnúmero de recordados temas de ambas, sobresaliendo naturalmente los principales: el video nefasto que mata a su espectador, las extrañas formas que aparecen impresas en los cultivos, el pozo en que una madre lanzara a su hija, o la oscura criatura extraterrestre que amenaza a los confiados terrícolas. Tras un comienzo incierto por una fugaz participación de Pamela Anderson, en menos de diez minutos la película se afianza desde la doble referencia y va unificándose en un solo camino de abigarrada sinuosidad. La historia se columpia así entre una propuesta narrativa y otra, aprovechando el recorrido zigzagueante para introducir fragmentos pertenecientes a clásicos del mismo género: Psicosis, de Hitchcock, con su silla giratoria, por citar un ejemplo.

Toda la troupe que acompaña a Charlie Sheen intenta reelaborar pases y clichés de una conocida topografía amenazadora con el objetivo constante de la carcajada: precisamente, hay un inevitable costado efectista en la andanada incesante de gags, de observaciones tangenciales o de imágenes en segundo plano que atentan contra una coherencia que supere los treinta segundos de duración como máximo. Otro problema inevitable, y su principal límite, es que un film como éste respira solo gracias a su trabajo paródico, a un torrente de guiños que exige de modo casi exclusivo el conocimiento de los dos antecedentes parodiados para que pueda apreciarse cabalmente el tono burlesco que viene a constituir su razón de ser.

Con su humor absurdo y desmesurado, pero a la vez férreamente pautado por su carácter de pastiche, Scary Movie 3, al igual que las dos películas previas de la serie pone en escena una de las maneras menos sofisticadas de concretar un cruce de textos. Hay quien dice que la verdadera intertextualidad –la más interesante, en todo caso– se produce cuando en el texto segundo recurre algún elemento del primero de modo inconciente, o casual. No es éste el caso, a todas luces.