martes, 10 de marzo de 2009

Secándose al sol 2da parte

Asique tomó algunos mates más. Ya cansados los dos, Ernesto y el mate.

Miró el almanaque quien le indicaba que debía ya ir al banco a cobrar la pensión correspondiente por su viudez.

Era imposible, no podía evitar durante las 17 cuadras que lo separaban del banco recordar esa fuertísima y devastadora escena que le marcó el antes y el después más triste que podría haberse imaginado nunca.

Esas cuadras que Ernesto caminaba hacia el banco eran las mismas últimas cuadras que recorrieron su esposa y su hijita de 10 años.

Estaban yendo al centro para tomar el tren y encontrarse con él. Iban a festejar el cumpleaños número diez de Milagros, y a celebrar el ya casi confirmado ascenso que le iban a dar a Ernesto en la fábrica. Se lo merecía, realmente se lo merecía, tanto él como sus patrones lo sabían. Él no se animaba a pedirlo, y ellos no estaban interesados en reconocerle ningún mérito. Pero al final, después de tanto tiempo le prometieron que en dos meses, cuando pase el período de baja producción, él iba a ser encargado de planta, por lo que le iban a a reducir el horario de trabajo, y le iban a aumentar el sueldo.

Ernesto no cabía en sí de la emoción. Quería compartirlo cuanto antes con sus dos amores. Pidió el teléfono prestado en la fábrica, y la llamó a la Negra. No quería contárselo por teléfono, quería llevarlas a comer al mejor restaurant del barrio y contarles que por fin, tantos años de esfuerzo, estaban dando sus frutos. Se imaginaba la emoción de la Negra, con sus ojazos de gato pardo, oscuros y húmedos de lágrimas, y la Mili, blanquita como el papá y los ojos pardos y profundos como los de la mamá... una reinita con las manitos siempre llenas de pinturitas... un ángel con alpargatas.

Y así, pidió el teléfono, llamo a su casa y les pidió de encontrarse, que lo pasen a buscar por el trabajo. Esa desdichada propuesta de que lo pasen a buscar, de querer que todos sus compañeros de trabajos vean que hermosas mujeres tiene al lado.

¿Pero que sabía él? Que en realidad el encuentro era con el destino infame que hizo que se cruzara en el camino de sus dos ángeles un desgraciado con demasiada carga de alcohol en sangre, frenos en mal estado, un registro vencido y muy poco respeto por la vida ajena.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

En las avenidas, a ochenta... Buenos Aires-Mar del Plata: ¡Dos horas y media! A cien me duermo... ¡Tranqui, ciento veinte! Si no te llevan puesto. Ciento treinta. El auto te pide... Ciento cuarenta. ¡Ciento sesenta! ¡Lo-que-dé!

¡Luchemos por la vida!
tarararararararaaaaaaaa rararaaaaaaaa rararaaaaaaaaaa...

Anónimo dijo...

?????
enfermo...!!!!

Anónimo dijo...

No lo entendiste.