Creo que te debo una. Entiendo tu estar rezagado cuando las imágenes son más rápidas que los ojos y solo te queda ver lo que no podés entender, para darte cuenta de lo parado que estás... ¡Cómo no ponerme en tu lugar! Tu traje me muestra colillas de pucho, polvo de ratón: demasiados soles pasaron por tu cabeza. Pero dejame decirte que no estás tan mal... solo basta abrir un poquito los ojos para cerrarlos con dolor, pero un dolor físico; tantas cosas te negás a ver, y tan bien que hacés. ¿Querés una metáfora? Una sombra. ¿Querés más? La sombra que te enfría, te envuelve en frío ostracismo. ¿Querés ver más? Lo tenés en frente: es la sombra de toda la estructura que vos mismo levantaste, tan débil, desmoronándose sobre vos. Es la frialdad que tanto duele, es la mirada con desdén, el saludo de compromiso, la vuelta de cara. Tan malos ellos, pero... ¡Tanto te advierten! ¿Cómo no terminar aceptando un cliché mal recordado, una frase mal dicha? ¿Cómo no terminar aceptando que la sombra que se te viene encima es una capa de resina pegajosa, dos centímetros de cemento que tanto asfixian tus poros como te insensibilizan del golpe para el que tanto te preparaste? Ahora estás parado adelante. Yo estoy con vos. Estas como frente a un pelotón de fusilamiento. Yo estoy con vos. Sos un fusilado sin venda en los ojos, un espectador despierto; un voluntario sin ganas de irse sin nada. Yo estoy con vos. El esqueleto te pesa y yo estoy para tenerte del brazo. La sombra se hace más grande, lo cubre todo; pero ¿Qué importa, si hace tanto te terminó de cubrir entero? ¿Qué importa todo lo que te rodea, la vereda, los árboles, la calle, los autos, todo lo demás, si sos tan minúsculo que esa sombra ya te bañó entero en el primer suspiro? Yo sigo estando ahí. Tu propia maquinación está cayendo encima tuyo, haciendo ruido de fierros oxidados, de tornillos saltando, de bulones disparados. Y yo estoy con vos. No te preocupes: yo siento el suelo debajo de mis pies. Vos olvidate: el frío me castiga, mis ojos se irritan, el rechazo me duele, la indiferencia me mata de a poco. Vos quedate tranquilo, la vida me duele como a vos, como a todos. Solo sabé que no es ningún bautismo de fuego, ninguna ruptura de ningún carácter neófito de ningún ritual de ningún aspecto de ninguna existencia. Yo estoy ahí para decirte que sí, ¡existís! Yo te noto, yo te veo. Tu pesar me repercute, tu entusiasmo me entumece, tu seguridad contagia. Estamos parados sobre el mismo suelo; empequeñecidos frente al mismo cielo; condenados a la misma incertidumbre. No te pierdas, porque es imposible. Estamos en el mismo entuerto; no hay laberinto, peor: hay una llanura demasiado extensa. No hay paredes que nos contengan. Lo que nos pierde es algo mucho más desolador: la infinitud de un camino sin marcas, de una ruta sin dirección: el llano absoluto, la senda sin marcas, el mundo eterno, el vacío tan desesperante como sólido. El comodín mundano, per se.
Pero yo estoy.
Pero yo estoy.