Un tipo que fue a La Continental a comprarse media docena de empanadas de carne porque le pintó alta lija, guacho.
lunes, 27 de diciembre de 2010
En todos nosotros.
Un tipo que fue a La Continental a comprarse media docena de empanadas de carne porque le pintó alta lija, guacho.
viernes, 26 de noviembre de 2010
Autitos.
jueves, 4 de noviembre de 2010
Resbalar.
viernes, 22 de octubre de 2010
La mosca.
Las veces que me doy cuenta de que me repito y, consecuentemente, trato de evitarlo son, también, pistas que se van: solo más tarde me alejo de todo y concluyo que estoy perdiendo tantas y tantas oportunidades de interpretar una imagen pausada; una foto tan ajena a mí que me fascina, un instante para observar con detenimiento. Foto que de tanto yo mirar, me vea. Es también, mientras tecleo, que me doy cuenta de lo mayúsculo de esa ironía encapuchada que me lleva de la mano: cuanto más superflua es una foto, con más interés la observo; más me desgañito en buscar el detalle, la chispa que se deja ver para que yo pueda ver; la luz de una vela que, de mínima, somete toda mi atención y se la lleva, a los besos, del lugar desde donde intento buscar mis paredes y mi techo, para hacerla tropezar con alguna nimiedad que deje de ser tal por no ser prevista y se ramifique en cada momento, en cada nervio, en cada centímetro que me abraza a mano abierta la piel, hasta poder admitir el traspié: por ahí tendría que haber estado. Y es así como reparto mi tiempo, mis ganas, mis energías, mi entusiasmo y mis ilusiones hasta quedar satisfecho y sonriente por darle sentido a lo que estaba destinado a ser pasado de largo por seguir caminando y mirando el piso. Pero cuando estoy en mi eje y advierto la repetición inminente: no. Ironía: por buscar la heterogeneidad de una mixtura de diversidad eterna -solo por esa evidente superchería- es que termino alejándome de ella. Es, simplemente, quedarme mirando una foto con impavidez; perdiendo toda noción del afuera y solo consolándome, descubriendo que lo poco que le da sentido está tan al alcance de mis manos y con tanta intensidad que las hace temblar... pero ¡gggggggfewtwetqewfsdghh! se me está yendo de entre los dedos mientras admiro una lucidez de cartón, una estrella de papel. Lo que me queda en las manos no me conforma o me desalienta: en el intento de alcanzar una rica madurez, me quedo con una ortodoxia fría, una carta escrita a máquina, las palabras ligeras de quien te da la espalda.
viernes, 8 de octubre de 2010
Botella
Todo eso que esperás encontrar de un lugar porque, de él, solo te separa la barrera que no te deja ver el día.
domingo, 22 de agosto de 2010
Domingo.
Mira de nuevo el reloj de la netbook y se dice que todavía es temprano, que el domingo está para hacer y dejar hacer, ver hacer y ver pasar, vegetar, caminar por Corrientes (porque los fines de semana a la tarde hay que caminar por Corrientes), vegetar, comer mal; mientras uno piensa que tiene que ponerse a estudiar. Ganas de crecer la mollera por obligación y flojera hasta para leer lo que nos ensimisma y nos dice que siempre estuvimos ahí, en Arlt y Dostoievsky, en Cortázar y Huxley, en Kundera; pero, che, vos estás afuera; la barba te crece y el caminante se te aleja con otra levedad: la opacidad inerte de quien mira cómo los pasos están cada vez más lejos, pero que sigue despierto por la inexorabilidad de su cadencia. Tic tac tic tac. O sea: ya no son y 24. Tres carillas. 00.28. Bien. Ocho hojitas más.
Cigarrillo.
00.56
http://www.rae.es
Silogismo. Enter.
Era lo que pensaba.
Vergüencita.
¿Carillas? Vergüencita.
Cigarrillo.
01.04
Le gustó este paréntesis de Barthes: la ignorancia es precisamente esta incapacidad de deducir pasando por diferentes grados y de seguir largo tiempo un razonamiento.
Y esta cita: Una de las bellezas de un discurso consiste en estar lleno de sentido y dar ocasión al espíritu para formar un pensamiento más extenso de su expresión. No sabe de quién es.
Mate. Lavado.
01.16
Del otro lado de la mesa, se oyen tres estornudos:
-Salud, salud, salud.
01.32
Latín: argumentum a loco.
Nueve carillas.
01.57
Quintiliano: (...) jamás parece largo aquello cuyo término se anuncia.
Piensa, mente risueña, que para ser académico, el artículo está untado en bastante poesía. Luego: es desagradable no presentir nada, no ver el fin de nada.
Y una hermosa paradoja: (...) naturalis quiere decir, entonces, cultural; y artificialis quiere decir espontáneo, contingente, natural. (el correcto uso de los signos de puntuación es de él. Cigarrillo.)
Un artículo acerca de la tekhne rhetorike, cierto.
02.07
Por alguna razón, le agradó encontrar el concepto de habitus en el texto de Barthes. Por alguna razón, aún más esquiva, anotó la susodicha palabrita a un margen del apunte.
02.18
Mate helado. Cigarrillo. 18 carillas. La traducción parece hecha por un ucraniano recién llegado a Buenos Aires.
No es tan simple como parece hacer un racconto de las horas que quedan e intentar un ejercicio de raciocinio frío, económico, hilarante; apoyar las dos manos sobre la mesa, escuchar tu propia respiración y susurrarte a la boca del estómago que todo, con un poco de responsabilidad, sale, se termina de delinear, se pinta, se aprecia desde lejos y se termina por acariciar su superficie y disfrutar del suave tacto; de la caricia de las yemas de los dedos sobre la pintura recién seca, no. Aquel aparta los apuntes y estira los pies, sin saber que el resto de lo que importa en él se acaba de desatar y se aleja, arrullado por el aire y con su piolín danzando, último resabio del contraste que sufre el soñador de oficina al alejarse de todo eso que lo corre para tomar de nuevo ese piolín y atarlo, otra vez, como siempre, a la mesa. Otra reflexión metaforuda sobre los días, los meses, los años y los segundos, cada segundo. Y qué hacer con todo eso.
Un contraste, dos colores tan definitivos:
Dejarte llevar por la doble liviandad de un cuerpo exiguo, descuidado y tan sometido a lo onírico te da la altura para ver y lamentar que todo lo que te reclama allá abajo es áspero, ocre y fascinante; te permite asumir con sabor ambiguo que toda la distancia, el tiempo y el pedregullo de un camino difícil y curvo no son obstáculos duros de sortear, pero que la tibieza de alma con la que das el primer paso tiembla bajo la primer sombra; luego te confunde por el calor renovado de una fuerza que sabés conquistada; después logra estremecerte de desconcierto ante la llanura de una senda inesperadamente fácil; en las altas horas, te confiesa perseguido por el temor que da la sorpresiva reserva de un impulso desmesurado: sufrir el miedo y saborear la angustia ante una meta que ya nos sonríe una cercanía defintiva; pasar las horas quieto, parado, observando un fin con el mate lavado y frío, sacarse el sobretodo a mitad de camino, llevarlo en la mano, pesado; seguir negándose a comprobar que era eso lo que se escondía a mis espaldas y se hacía atisbar, burlón, por el rabillo del ojo; resignarse, ilusionarse con una bifurcación bajo un valle ahora tan anhelado, tan rogado; dejar las fuerzas en el camino, recordar esa liviandad que, de última, va a cesar y te va a devolver a la maquinaria de lo de siempre, de Comida China; alma tibia, ya despojada, empezar a caminar, cruzar la meta con los ojos cerrados, romper la cinta de llegada con el cuello para que se te anude de una vez a la garganta... una curva, un ciclo: el camino seguía, y te dejaba en el comienzo, nomás, con el calor de siempre; de nuevo allá arriba, de nuevo aparece la ciudad, de nuevo la carne, de nuevo la piedra... pero más ímpetu, más impulso para ya no caminar, sino deslizarte por la calle, por las esquinas, por todo lo que no es tu casa, por todo eso que alimenta una melancolía rica, que te gusta, te hace sonreír en silencio y tragar saliva pesada, que te hace sentir más vivo que nunca y que cada vez fortalece más tus alitas de pollo para poder subir y bajar, dar vueltas y marearse, hacer el mismo ciclo, una y otra vez, cada vez más fuerte, con más ganas, con más madurez, para poder al fin reirte a carcajadas sin importar que te miren raro, que se rían con vos o que solo te sonrían con el brillo de ojos comprensivos.
Así, sin puntos. De un tirón bien rumiado.
Pis.
Cigarrillo.
03.20
Le encanta la nueva recurrencia a aquella linda paradoja: ¿Cómo puede el sentido propio ser el sentido natural y el el sentido figurado el sentido original?
Dos renglones más abajo se siente bajo una lluvia de pétalos de rosa:
F. de Neufchateau: En la ciudad, en la corte, en los campos, en el mercado./La elocuencia del corazón por los tropos se exhala.
03.28
Finalizada la vigesimoprimera y última carilla. Alivio. Cierta satisfacción del deber cumplido.
Se para de la silla. La observa. Un semicírculo dorado queda al descubierto: Alfajor Havanna.
Plancha.
Morral.
Plata.
Dentífrico.
03.56
Alarma: 08.30.
Cama.
Cigarrillo.

miércoles, 11 de agosto de 2010
Trapos húmedos.
Amanece.
domingo, 18 de julio de 2010
Goteras.
No es perder el sueño ni tomarme de las mechas con inquietud. No. Es buscar las ideas; es la necesidad de exteriorizar esa energía que hace eco dentro de mí. Que ahora reposa.
Pero que late.
Es poder ceder a un mandato interno; es superar el miedo al orgullo, a hacer bocina con las manos y gritar que acá estoy, ¡Que todavía estoy! Es saber cuándo gritar que estoy y cuándo llamarme a silencio. Es saber que solo se trata de presionar un botón. Pero tener siempre implícito que no me será necesario.
Es algo que me pica, algo de lo que me acuerdo cuando tengo la libertad de trabajar mi cabeza a mil por el mero placer de hacer chispear mis neuronas porque sí; porque de nada sirve, porque quiero; porque mi cabeza se me antoja la cabeza de un fósforo, que quiero encender para que todos vean mi pálido destello antes de apagarse y volver a la mera rotación de palanca; a mantener el ritmo de una marea somnolienta.
A gotear.
A gotear para siga goteando. A gotear para que la fina película de agua se siga moviendo.
A gotear para no levantar la perdiz.
A gotear despacito para poder ver el fondo y constatar que el latido persiste y entibia el agua. Para saber que puedo pisar, que puedo sentarme, acostarme, cruzarme de piernas y apoyar mi nuca sobre mis manos; sobre ese suelo de vivos colores. Para dormir al calor de su pulso. Para cerrar los ojos y saber que todo va a seguir, que el timón lo tengo yo y la velocidad, el ritmo, el tenor y la dirección no me van a fallar.
Es saber encontrarle la medida justa al malestar mentiroso; es saber que sigo pisando, que la marea no me mueve; que puedo contestar con una sonrisa sincera al grito pelado de una infelicidad tan ponzoñosa, tan distinta a la mía. Es darme cuenta de que solo yo puedo moverme de mi lugar, que tanto la declaración de guerra como la tregua final están en mis manos.
Es querer mirar a los ojos sin levantar la cabeza. Ni agacharla.
No sé si tengo la capacidad de cumplir con alguno de estos mandatos de un orgullo que se me hace esquivo. Hacía bastante que no escribía; que quería hacerlo, que no tenía ideas. Que no las tengo.
Entonces, recurrí a expresar esto durante las líneas precedentes.
Astuta salida, ¿Ha visto?
domingo, 20 de junio de 2010
Perdido
Pero yo estoy.
lunes, 31 de mayo de 2010
¡Sonrisa de paria!
Todo eso ya pasó. Pero el péndex, esa tarde, las hubiera sobrado a todas a fuerza de barrio, de calles sucias de mugre y de migas de pan dulce; callejones de vecindario tan pateados y pateados por las All Stars rojas que, fijate vos: en el fondo, no se sentían tan a gusto sobre las passarellas cabilderas.
Andrés entró a la rockería y salió de ella con una bolsa que ya le arrebataba las razones para seguir yirando por Belgrano y, a su vez, le daba al flaco los gramos de algodón y polietileno de más para que el Obelisco de pan dulce empiece a oscilar... y ya, a esa altura (en sentido estricto, en sentido figurado) de la tarde ya recrudecida por las horas, el viento frío que le daba de lleno en la cara mientras esperaba el 59 era, realmente, el vientito de la caída a ese asfalto tan suyo, de esa caída a una realidad amortiguada por pan agridulce. Chau mentira blanca, que sigas así de bien. En serio.
Un par de esos faroles lo vio subir al colectivo, tardó menos en olvidarlo que en decirse que no era nada especial y siguió caminando.
domingo, 2 de mayo de 2010
Acordes de fondo
Cuando aprenda a saltar este pequeño mojón, voy a salir, el sol nos va a encandilar y vamos a mirar con más ganas al parque, que siempre está.
sábado, 10 de abril de 2010
viernes, 19 de marzo de 2010
Roger that!
¡Dejá de reirte cada vez que digo que no puedo seguirte el paso! Dejá de aparentar esa humildad neófita que no es más que otra muestra de tu inequívoca capacidad de proyectarme tus falsos síntomas. ¡Rayos y centellas! No hagas de cuenta que es culpa mía el quedarme atrás con la tibia excusa de poderte ver completa para consumir el largo folklore de un baile que me deja sentado para decir basta y quedarme atontado para rendirme a tu despliegue. Los demás se hacen los giles, pero yo tengo las cartas en la mano, tengo una mano floja y no hay forma de mentirte; pero te digo:
-Esperá que termine la mano. Dejá que sacuda estas cartas y ya estoy con vos.
Pero vos me miras de reojo, porque sabés que me podés, y ya adivino que te das cuenta de que tengo tres cuatros y, por más que agite mi esqueleto y sonría despreocupado, la falsa pedantería me falsea y quedo en evidencia, detrás de un banquillo de espectador para ver como tu displicencia es verdadera; como el tiempo te sobra y cuanto más me comen los minutos más tranquilamente podés cruzarte de esas piernas que también me pueden y apoyar el mentón sobre tu mano fina, que tampoco puedo dejar de mirar, y decirme, con todo el tiempo del mundo:
-No mientas, no tenés nada. Ahora juego yo.
¡Basta!¡Me voy, rumbo a la puerta! Pero como soy un muchacho educado…
-Bueno, me las pico dijo perico.
-¿Ya?
-Y sí… se me hizo re tarde.
Pero sé que la noche no termina ahí. Me diste un milimetro que, sospecho, sabrás que es un escalón al que me voy a subir y ya de ahí no me sacás hasta que ambos decidamos que es hora de subir otro peldaño, y otro más… despacio, otro más… hasta mirarte a los ojos de frente y nuestros rostros estén ya tan cerca que no puedas volver atrás. Ahora me toca a mí. Jugá tranquila, yo te muestro mis cartas, mirá que bueno, qué muchacho educado soy…
Terminé el ensayo.
Ahora empieza el partido de verdad.
sábado, 6 de marzo de 2010
Tardes
Es cierto que me parece mentira verte así. Qué pasará cuando caiga en la cuenta de que, en algún momento va a ser demasiado tarde. Verte tan cándida me paraliza como a toda esa gente que disfruta su carnaval sin darse cuenta de que, en realidad, están rígidos; fisuras maltrechos, anestesiados de bienestar sin saber que el calor es para ellos y, qué pena, se les va. Yo estoy inmóvil y el goce que me embriaga me distrae de la fatalidad de perderme cada minuto de vos y me va subsumiendo en el otro destino: ese del cual me doy cuenta cuando me doy un palmazo en la frente y me grito que ya no estás acá y que no fui suficiente cuando tuve el color y la irreverencia de robarte un rato más para mostrarte mis tonos. Pero ahora, en cambio, estoy viviendo de un mambo narcótico, un ritmo que me aleja de vos minuto a minuto, cuadra por cuadra, y lo estúpido es que no quiero otra cosa; pero, a la vez, no; no quiero despertarme y saber, a destiempo, que nuestra intimidad me está alejando cada vez más de vos. Quiero caer, quiero caer en la cuenta y salir a buscarte por donde sea, quiero encontrarte en cualquier esquina y enlazarte. Quiero mentir un carisma y, aunque sea, dejarte un resabio del brillo de mi inmadurez cuando coincidimos en un mismo lugar. Quiero hacerte reir, quiero que pienses que lo que estamos viviendo es irreal, absurdo. Alucino con darme vuelta con vos, con arruinarme por completo y advertir que lo único que me sigue uniendo a la realidad sea el contacto de mi cabeza con tu regazo y que la única señal de vida mundana que te susurre la mañana de domingo sea ese perdido que descansa entre tus piernas. Quiero que pienses que soy un pelotudo, que estoy loco, pero que no encuentres razón para irte y prometiéndome una cerveza algún día para sacarme de encima; que te preguntes por qué no podes volver a tu casa y dormir, dejarme tirado, que soy grande y me sé cuidar. Sueño con que nos demos cuenta al unísono de que el Bajo de madrugada no sería tan pero tan reconfortante, que el cansancio y la resaca no serían tan sobrellevables si no escucháramos al lumpen de la vida, al lado de cada uno, hablando idioteces en un estado lamentable. Quiero que lleguemos al punto de no poder asociar el escape de la realidad sonrisa de telgopor con otras cosas que no sean tus ganas de seguir caminando, mi parlamento de ebrio gratuito, tu mirada perdida pero tan totalitaria con mi alma, mi chispa que no se resigna a apagarse en la noche. Quiero que pasemos horas en un escalón sin siquiera sospechar del acecho de un aburrimiento que tantas vidas se carga tan cerca nuestro, tantos misiles retumbando tan cerca nuestro y nosotros como si nada. Quiero hacerme el poeta cursi e improvisarte una murga despechada que rezongue:
Ay, que tiempo renegado!
Que a este tonto hace a un lado
Sin dejarle la ocasión!
Ay, que puedan, emociones!
darle un puño a sus temblores
y embarrarse en tu canción!
Y, cuando imagino tus risotadas, la chispa loca me da hipo y me quedo fantaseando con esperar que cedas, tan solo un milímetro, para que mi carretel gire y gire y que mi paroxismo no te deje dejar de verme y escucharme y algo, que cuando sepas qué es ya sea demasiado tarde para volver atrás, te haga pensar que algo tengo para estar ahí y que el magnetismo te drogue y que ya no quieras otra cosa que esperar mi última rima borrosa.
martes, 2 de marzo de 2010
La rosa clarito
domingo, 21 de febrero de 2010
Balada para un loco (Piazzolla/Ferrer)
Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese qué sé yo, ¿viste? Salís de tu casa, por Arenales. Lo de siempre: en la calle y en vos... Cuando, de repente, de atrás de un árbol, me aparezco yo. Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte en el viaje a Venus: medio melón en la cabeza, las rayas de la camisa pintadas en la piel, dos medias suelas clavadas en los pies, y una banderita de taxi libre levantada en cada mano. ¡Te reís!... Pero sólo vos me ves: porque los maniquíes me guiñan; los semáforos me dan tres luces celestes, y las naranjas del frutero de la esquina me tiran azahares. ¡Vení!, que así, medio bailando y medio volando, me saco el melón para saludarte, te regalo una banderita, y te digo...
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...
No ves que va la luna rodando por Callao;
que un corso de astronautas y niños,
con un vals, me baila alrededor...
¡Bailá! ¡Vení! ¡Volá!
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao...
Yo miro a Buenos Aires del nido de un gorrión;
y a vos te vi tan triste...
¡Vení! ¡Volá! ¡Sentí!...
el loco berretín que tengo para vos:
¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Cuando anochezca en tu porteña soledad,
por la ribera de tu sábana vendré
con un poema y un trombón
a desvelarte el corazón.
¡Loco! ¡Loco! ¡Loco!
Como un acróbata demente saltaré,
sobre el abismo de tu escote
hasta sentir que enloquecí
tu corazón de libertad...
¡Ya vas a ver!
Quereme así, piantao, piantao, piantao...
Trepate a esta ternura de locos que hay en mí,
ponete esta peluca de alondras,
¡Y volá!¡Volá conmigo ya! ¡Vení, volá, vení!
Quereme así, piantao, piantao, piantao...
Abrite los amores que vamos a intentar
la mágica locura total de revivir...
¡Vení, volá, vení! ¡Trai-lai-la-larará!
¡Viva! ¡Viva! ¡Viva!
Loca ella y loco yo...
¡Locos! ¡Locos! ¡Locos!
¡Loca ella y loco yo!
Ok, alguno me va a putear si no pongo la versión del Polaco, así que:
lunes, 15 de febrero de 2010
El Remanente (N.d.M. IV)
lunes, 8 de febrero de 2010
Baldosas (N.d.M. III)
martes, 2 de febrero de 2010
Chamuyo (N.d.M. II)
martes, 26 de enero de 2010
Qué lastima
Ricardito se sentía muy bien. Estaba enfermo de amor por su mujer. Le encantaba Plaza San Martín. Las tardes lluviosas lo llenaban de una melancolía, para él hermosa, que se ramificaba por todo su ser hasta que los escozores lo sacudían y dejaban traslucir un haz de tristeza alegre en sus ojos. Su mujer lo conocía. Por eso, ese viernes se sentía flotar sobre ese banco, mientras hundía la mano en la cabellera del hombre que descansaba en su regazo y trataba de perderse en esa eternidad que tanto la podía, la eternidad del brillo fugaz de los ojos de su marido. Ricardito sintió el corto y único compás de ese suspiro mudo de la panza de su mujer en el perfil de su rostro y entonces, como tantas otras veces, se alegró de que fueran uno, de que el lenguaje corporal entre ellos fuera tan fuerte que pudieran decirse todo, expresar y compartir el éxtasis de compartir todo, como a través de un cordón umbilical. La felicidad era una sola, y circulaba de uno a otro a través de ese cordón tan fuerte. Cerrar los ojos, sentir su mano abriéndose paso por su pelo, la cabeza sobre el regazo, la respiración, el silencio. Plaza San Martín desaparecía, la tarde se desdibujaba, se desnudaba y dejaba ver su pálida realidad de concepto que se dejaba subyacer por otro concepto, absurdo: el tiempo. ¿Tiempo? Si sus dedos barrieron el mundo, todo lo que los rodeaba, todo lo tangible que no fueran sus cuerpos: ¿Qué era el tiempo? Algo con un inocuo sabor a ajeno. A Richard le encantaba Plaza San Martín y las tardes lluviosas. Pero cuando estaba su mujer, no había lugar para los cuatro. La sentía mundo. Su presencia era más frondosa que la plaza y la cadencia de su voz se extendía y se fundía sobre él con más fuerza que el día más plomizo del otoño más pútrido y deprimente que él podía llegar a adorar.
La alianza de ella se enganchó con un mechón de la nuca de Ricardito:
-¡Ay! ¡La puta que te re parió, pelotuda!
domingo, 3 de enero de 2010
Dedos (N.D.M. II.)
Edu no sabía cómo contarle a Mariano. La había conocido una semana antes, nada especial. Pero ella le había hablado, le había contado, más o menos, las razones por las que le cayó, de surprise, la noche anterior en su casa. Todo lo que le decía le repercutía más de lo que él estaba dispuesto a admitir. Tragaba saliva y se sentía bien escuchando. Escuchado. Se sentía mimado en las sienes, atrás de la piel, en el pecho, en la garganta. No le gustaba decirlo. Optó por omitirle esa parte de la historia a Mariano. Cuestión de tiempo (8:45, a las 10 a la oficina), minucias discursivas... orgullo: simplemente lo omitió. Pero lo pensó, revolviendo con la cuchara, mirando el remolino del cortado tibio lo pensó y lo formuló: encontró las palabras. Curioso: no recordó. Encontró otra forma de decir lo mismo pero, ¿puede ser -se preguntó-? Ella le dijo más o menos (muuy más o menos) lo mismo, pero lo que esa mañana se estaba armando Eduardo, eso que estaba armando para luego desarmarlo sin escribirlo ni decirlo nunca más a nadie más que a él mismo, eso, era lo que él sentía entonces. La empatía del destino. Esto es, más o menos, lo que Julián quería querer decir pero ya no podía ni quería, porque una mano suave ya se lo había sacado de la boca:
Vine hasta acá, rápido, porque sentía que el éxtasis se diluía y las palabras se me iban cayendo por la vereda... tenía miedo de llegar y ya no tener las fuerzas para abrir la boca y exhalar todo lo que ahora me llena la cabeza. Porque es algo demasiado fuerte, pero algo dueño de una fuerza centrífuga, como si fuera un pedazo de cascarón que, además de aferrarse al fondo de la botella, se coagula y opaca y logra que lo traslúcido de ayer sea, ya hoy, ilegible y que lo único visible sea solo una masa informe, inconstante, solo una bola de miedo a no saber qué decir cuando los demás no saben qué puden esperar escucharme. Y hoy estás y eso me llena de un alivio enorme. Porque sé que no estoy nadando en soledad en esta marea turbia de ideas-obstáculo que me llenan de falsos objetivos y satisfacciones vacías. Hoy estás y sé que no estoy soñando, sé que, por fin, todo lo que me rodeaba, como una escenografía barata para mantenerme a raya en la periferia de mi núcleo, hoy se derrumba con un soplido; y me da una enorme alegría saber que esa boca siempre estuvo ahí, siempre tuve el botón al alcance de mi dedo y vos sos esa prueba. Esta noche me acompañás y siento tu dedo en mi espalda y veo, por fin me decido a abrir los ojos y ver que un dedo era tan suficiente para romper ese cascarón, que no me atrevía ni a mirar, y a la vez estremecerme hasta que mis ojos dejen de sufrir un dolor oscuro y de cartón; un dolor producido no más que por la presión de mis párpados húmedos. Abrir los ojos para que se acostumbren a esta noche; a esta noche tan soleada, que tanto me aterraba ver.
Acompañame esta noche, por favor.