"Una metáfora fría", tiré en su momento. Pero lo pensé un rato, y una certeza subió como un escalofrío por mi espalda (creo que ya lo dije antes, no sé, me tendría que poner a leer...). Una metáfora peligrosa, hiriente y persistente; una astilla en el ojo, un malestar que (es fatal, ya lo sé) me va a hinchar y terminar forzando lágrimas y pucheros despechados porque... sí, un tiro por la culata, voy a ser tu lunar...
Un lunar, te dije. Voy a ser un lunar en tu cara. Voy a ser ese punto negro por el cual tu rostro va a adquirir una expresión de piadoso descontento cada vez que te mires al espejo (Piadoso, sí. Porque, al fin y al cabo -pensé yo- el descontento es una angustia sedada, una concesión desfachatada que no consiente ni prevee lo que te tocará por suerte...). Pero pero pero... siempre el pero, tan portador de la pesada desesperanza a la cual nunca me termino de acostumbrar pero... pero qué, la puta madre! Pero ya voy a saber, y no va a ser tan malo. A no ser tan egosísta...
Vas a ver esa imperfección y tu rostro se va a contraer. Te lo vas a rasgar y te va a doler... qué metáfora burda y eficaz -pensaba yo-, te vas a rascar y te va a doler... y cómo llegó? Y otra vez lo mismo...
Ahora no sé bien cómo seguir, porque te ví por la calle y te noté tan bien, con tanto ímpetu de quien sabe llevar sus imperfecciones, acostumbrarse, adiestrarlas y conminarlas a formar parte de un todo tan perfecto que no sé si ponerme feliz o terminar de derrumbarme.
Pude verte, en ese lapso tan pasajero. Pude verte frente al espejo... pude ver tus dedos recorriendo una superficie tan tersa e infinita que ese maldito punto negro se vio más insignificante de lo que ya era para oponer resistencia, para interrumpir con su amarga aspereza ese mapa de puntos tan bien coordenados, para trangredir ese orden que tanto encandila los reproches absurdos, celos ridículos y arranques tan infantiles como... te vi sonreir frente al espejo. Te vi notar que ese lunar te quedaba bien... que sabías cómo hacer para que las más injustas contrariedades hicieran tu mirada más fuerte pero suave, tu piel más suave pero fuerte, tu fuerza más brillante y suave, tu suavidad más fuerte y encandilante...
Te ví hermosa, nena. Pero no me animé a saludarte. Perdoname.
Un lunar, te dije. Voy a ser un lunar en tu cara. Voy a ser ese punto negro por el cual tu rostro va a adquirir una expresión de piadoso descontento cada vez que te mires al espejo (Piadoso, sí. Porque, al fin y al cabo -pensé yo- el descontento es una angustia sedada, una concesión desfachatada que no consiente ni prevee lo que te tocará por suerte...). Pero pero pero... siempre el pero, tan portador de la pesada desesperanza a la cual nunca me termino de acostumbrar pero... pero qué, la puta madre! Pero ya voy a saber, y no va a ser tan malo. A no ser tan egosísta...
Vas a ver esa imperfección y tu rostro se va a contraer. Te lo vas a rasgar y te va a doler... qué metáfora burda y eficaz -pensaba yo-, te vas a rascar y te va a doler... y cómo llegó? Y otra vez lo mismo...
Ahora no sé bien cómo seguir, porque te ví por la calle y te noté tan bien, con tanto ímpetu de quien sabe llevar sus imperfecciones, acostumbrarse, adiestrarlas y conminarlas a formar parte de un todo tan perfecto que no sé si ponerme feliz o terminar de derrumbarme.
Pude verte, en ese lapso tan pasajero. Pude verte frente al espejo... pude ver tus dedos recorriendo una superficie tan tersa e infinita que ese maldito punto negro se vio más insignificante de lo que ya era para oponer resistencia, para interrumpir con su amarga aspereza ese mapa de puntos tan bien coordenados, para trangredir ese orden que tanto encandila los reproches absurdos, celos ridículos y arranques tan infantiles como... te vi sonreir frente al espejo. Te vi notar que ese lunar te quedaba bien... que sabías cómo hacer para que las más injustas contrariedades hicieran tu mirada más fuerte pero suave, tu piel más suave pero fuerte, tu fuerza más brillante y suave, tu suavidad más fuerte y encandilante...
Te ví hermosa, nena. Pero no me animé a saludarte. Perdoname.